Lo que terminó por enfriarse con las palabras del rey fue el sudor que recorría las espaldas de los hombres en el salón. —¿Majestad? —inquirió Nov, con un atisbo de incredulidad en su voz.—Lo que has oído: trae a mi esposa de inmediato.Sin más que un asentimiento, Nov salió a cumplir la funesta orden. Golpeó la puerta de los aposentos de la reina con firmeza y ella apareció después del cuarto, despeinada, somnolienta, ignorante del oscuro destino que le aguardaba. —El rey solicita su presencia.—¿Está en sus aposentos? ¿Por qué no ha venido él mismo? Es lo que suele hacer.—Él está en «el salón» —respondió, y Eris comprendió que se refería al de las orgías—, y no está solo.—Si me hubiera dicho antes que tenía planes para esta noche, no me habría retirado al lecho. No voy a cambiarme —cogió un manto y se lo puso sobre la bata. Echó a andar detrás de Nov.—El rey está con el Asko —le advirtió Nov, visiblemente nervioso, sintiendo la necesidad de prevenirla—, quiere que él la forniq
Con las primeras lluvias que cayeron sobre la capital, llegó un audaz retador que buscaba medir su fuerza con la temida «bestia de Balardia», cuya fama había trascendido las fronteras del reino, en gran parte gracias a Darón, viajero incansable y conocido de mucha gente. Él y su comitiva fueron recibidos en el palacio por el rey para compartir un banquete. —Así como su majestad tiene a una bestia, ahora yo también tengo la mía —anunció Darón, señalando con orgullo a su guerrero.El rey, al ver al joven noble de delicada apariencia, que se creía en condiciones de pelear con el Asko, no pudo evitar soltar una risa burlona.—A tu retador le hace falta sol, está tan blanco como la nieve, y le falta carne también, es un flacucho. El más débil de mis prisioneros lo vencerá sin esfuerzo. No haré perder tiempo al Asko con debiluchos, eso lo haría ver mal.—No te fíes de las apariencias, pues son engañosas. Antes de aceptar traerlo lo vi vencer a diez hombres, robustos y preparados. Aunque pá
Era tan intenso el dolor que lo aquejaba que se mantenía despierto, preguntándose por qué seguía vivo. —Morirás donde nadie te encuentre nunca —susurró una voz que le sonó familiar, tal vez la de su tío. Era incapaz de mover la cabeza para confirmarlo. Lo transportaban en una carreta y el cielo discurría sobre él siempre cambiante: nubes que danzaban, hojas que susurraban, lluvia que caía, sol que ardía, y estrellas que brillaban. A ratos se dormía y despertaba en la misma postura, pero bajo un cielo diferente. Perdida la noción del tiempo, le pareció que estaban cruzando el mundo entero. ¿Por qué tomarse tantas molestias para deshacerse de alguien tan insignificante como Akal, el hijo indigno de Asraón? —Nadie te encontrará porque nadie te buscará. Lo que queda de tu carne será festín para las bestias del abismo.Todas las historias que alguna vez oyó sobre el abismo reverberaron en su cabeza como un eco lejano. Los verdugos de su tío habían procurado no golpearla demasiado; él s
En un salón del palacio, las bailarinas del rey deleitaban a la comitiva de Darón con la sensualidad de su danza. Los hombres aplaudían y sonreían, embelesados por las doncellas, salvo uno. —He venido a retar a su bestia, pero me entretiene con debiluchos —reclamó el retador, copa de vino en mano—. Empiezo a sospechar que no confía en las habilidades del guerrero y se resiste a perder a la mayor atracción de su circo.El rey esbozó una sonrisa fingida, sin mostrarse alterado por las agudas palabras del joven retador.—Cuando un espectáculo es bueno, hay que hacerlo durar —repuso el monarca—. Aún no has demostrado ser rival para el Asko, pero ya llegará tu turno. Tu fama crece y eso te traerá beneficios. He recibido mensajes de otros reinos y muchos quieren venir a ver el combate. Aprovecha el momento. ¿Por qué ansías la muerte cuando la vida rebosa belleza? —hizo una señal a una de las bailarinas, quien rápidamente se sentó en las piernas del retador.Ella le acarició el rostro, de r
Luego de pasarse la noche en vela, Eris caminaba por el jardín, aguardando alguna noticia. El retador no había regresado de su visita a las mazmorras. Se consolaba pensando que, de haberle ocurrido algo al Asko, ya lo sabría; las malas nuevas se esparcían como la peste. Acompañada de una sierva, fue a saludar a los guardias que custodiaban los muros y las puertas del palacio. —Qué mañana tan invernal y ustedes aquí afuera, con esas armaduras que en nada deben aplacar el frío. Les he traído un exquisito té, que en algo les ayudará a entrar en calor. Los hombres se acercaron, frotándose las manos y agradeciéndole a la reina tan noble gesto. —No debió molestarse, majestad —dijo Bert, el jefe de la guardia real, aferrando la jarra con ambas manos, enrojecidas por las bajas temperaturas. —Claro que sí. Los cuerpos gélidos son más lentos y tardan mucho más en reaccionar que aquellos por los que fluye el calor con brío. Ustedes nos resguardan y deben estar en óptimas condiciones. Por ci
—Hasta el momento, nadie se ha enterado de mis visitas; nadie sabe que usted me permite ver al Asko. Lo mismo ocurrirá con el retador, se lo aseguro. Todo estará bien —insistió Eris ante la negativa de Kemp. El hombre se limpió la frente perlada de sudor e inhaló profundamente. No quería meterse en problemas, pero tampoco disgustar a la sacerdotisa, que tenía conexión directa con los dioses. —He traído pociones medicinales y vendas. Lo ayudaré a sanar, como al Asko. Sólo tomará un momento, pero mientras más me tarde aquí... —De acuerdo, pero sólo un momento. Tiene las piernas rotas, así que no será un peligro. Llámeme si me necesita. Kemp dejó entrar a Eris a la prisión del retador y la dejó a solas con él. La impresión de verlo tumbado donde antes había estado el Asko en similares condiciones la mantuvo estática y llorosa. Inhaló, infundiéndose valor, y se arrodilló a su lado para evaluar su estado. Había tres heridas en su torso: una en el pecho y dos en el vientre, evidencias
En el mundo siempre ha habido decisiones que pueden cambiar la vida de alguien por completo. La joven Eris jamás imaginó el rumbo que tomaría su destino al someterse a la prueba de Qunt’ Al Er. Toda su infancia la había pasado esperando hacer algo importante por su familia, por ella y por su honor. Y coronarse como vencedora no sólo le permitiría ganar un cordero gordo y enorme, también la convertiría en una muchacha atractiva para los señores más importantes de la región y de las aldeas cercanas. Le daría poder, eso quería ella, el poder para tomar decisiones en una tierra donde la libertad era escasa y abundaban el hambre, la nieve y la muerte. Y la gente de la aldea Forah, en las montañas de Balardia, estaba acostumbrada a las pruebas, a demostrarle a la muerte que merecían vivir. La primera era al nacer, nada más abrían los ojos debían sobrevivir a ser lanzados a las aguas gélidas. Dos hermanos y una hermana de Eris no lo habían logrado. Luego, las jóvenes debían someterse a
—¿Por qué no estás feliz, hija? Todo ha salido mejor de lo que esperábamos. Desposarte con el rey no se compara a hacerlo con Darko. Darko era el dueño de la taberna de la aldea. Había hecho fortuna vendiendo aceite de pescado y guardaba tiernas miradas para Eris. Era un hombre mayor, de modales burdos y aroma a pescado rancio, pero era lo mejor a lo que una mujer en aquella aldea podía aspirar. Eris se había resignado a convertirse en tabernera y llenarse de críos con aroma a pescado. Su familia se lo agradecería y no faltaría pan en la mesa para sus hermanos. —Ya no tendrás que oler a pescado —le dijo su hermana menor—. El rey debe oler muy bien y dicen que es muy guapo. —Huele a sangre —afirmó Eris—. No tengo pruebas, pero estoy segura. Lo persigue el tufo de la muerte y a través de su hombre ha hecho que yo huela a lo mismo. Oler a pescado sería una bendición. Una bofetada de su madre la hizo callar. —No hables así de tu futuro esposo, insensata. Le deberás honor, obedi