La expresión de Gabriella se tensó, pero su cara no delató nada. Con total indiferencia, enarcó una ceja, asintió y le hizo una seña con la mirada para que la siguiera. Entró en la sala de descanso fingiendo una calma absoluta.
Su asistente, Carlo Mazza, la siguió. Apenas entró en la sala, miró a ambos lados por costumbre y luego le puso el seguro a la puerta.
Gabriella sabía que su asistente siempre era sumamente cuidadoso y discreto; si no se trataba de algo de vida o muerte, jamás se mostraría tan alterado.
Un mal presentimiento la invadió y su expresión se tensó.
—¿Qué es lo que pasa?
—Señora, es que… llegó un video a su celular. Es sobre el joven Enrico… —titubeó él, sin atreverse a continuar.
Ella hizo una mueca de fastidio.
—¿Un video? ¿Y a qué viene tanto drama? ¿Ahora qué mujer lo grabó? ¿Cuánto dinero quiere?
—Señora, esta vez no fue una mujer… Fue… ¡un hombre! —dijo él con un suspiro y la voz temblorosa.
Gabriella mostró su extrañeza.
—¿Un hombre?
Carlo bajó la mirada.
—Señ