Cristina intentó sonreír, pero sus labios temblaban. Su mirada se apagó.
—Susan, yo… es que yo…
Susan observó el delicado contorno de su mandíbula y le dio una palmada suave en el hombro.
—A ver, Cristina, escúchame. No te pongas nerviosa, ¿sí? Ver esto no tiene nada de malo, es de lo más normal. Cuando seas un poco mayor, vas a vivir cosas así todo el tiempo, ¿entiendes? Son necesidades del cuerpo, no hay nada de qué avergonzarse.
La respiración de Cristina se aceleró. Murmuró con incredulidad:
—¿Necesidades del cuerpo?
Susan enarcó una ceja. La tomó de los hombros y la hizo retroceder suavemente.
—Exacto. Solo son necesidades del cuerpo. Créeme, no te estoy engañando ni mucho menos quiero hacerte daño. Y si no confías en mí, por lo menos confía en el señor. Él jamás te haría daño, ¿o sí?
Cristina arrugó un poco la frente, pero al oírla mencionar al joven Paolo, fue como si una ola de calma la invadiera. Sus emociones se estabilizaron. Tras un momento, levantó sus largas pestañas y s