Al día siguiente
New York
Karina
El hospital huele a desinfectante y a angustia. Camino apurada junto a mi hermana Rebecca, con el corazón acelerado, preguntando por Lance apenas cruzo la puerta. Martha me intercepta antes de llegar a la recepción; su rostro está pálido, los ojos enrojecidos.
–Ahora lo están evaluando –me dice con voz quebrada–. Quieren saber si es posible operarlo.
Siento un vacío en el estómago. No me queda otra que caminar de un lado a otro, incapaz de quedarme quieta, cuando aparece un doctor con bata blanca y mirada seria.
–¿Ustedes son los familiares del señor Mckeson? –pregunta. Al vernos asentir, continúa–. Lo evaluamos. De momento está estable y creemos que puede ser operado. Necesito autorización.
Me adelanto un paso, con la voz temblorosa.
–Doctor…soy su esposa ¿no existen riesgos en operarlo en su condición?
El doctor me mira fijamente.
–Señora Mckeson, sí hay riesgos, pero si no lo operamos, no resistiría un día más con vida. Necesito su autorización.
Cier