Una semana había transcurrido desde el día en que el especialista había tomado las muestras de ADN de Nathaniel Vance y de Ethan. Una semana que se sintió como una eternidad, cargada de una ansiedad insoportable que carcomía a Vance desde dentro. Cada hora era un martirio, cada minuto un recordatorio de la espada de Damocles que pendía sobre su cabeza y la de su hijo.
La presión mediática no había disminuido; de hecho, había aumentado, alimentada por la ausencia de Vance en público y el silencio de su equipo. Nadie quiso decir absolutamente nada.
En la mansión, el ambiente era denso, sofocante. Los asesores de Vance, Benjamin Carter y David Hayes, se movían con una mezcla de cautela y frustración. Sabían que la nación esperaba respuestas, y esa pequeña muestra de saliva guardaba la clave para el futuro de la presidencia y la reputación de su candidato.
Finalmente, el sobre llegó.
Un sobre blanco, simple, pero que contenía el poder de demoler o de reafirmar la vida de Vance. David lo c