Capítulo — Desayuno, confesiones y viejas amigas.
El hall del hotel tenía ese perfume clásico de café recién hecho y madera pulida, mezclado con el rumor suave de las conversaciones tempraneras. Nicolás, siempre atento, se adelantó a abrirle la puerta a Anahir. No fue una galantería forzada, sino instintiva. Sin decir palabra, le tomó suavemente la cintura para ayudarla a pasar. Ella no se apartó. De hecho, se sintió cómoda, natural, como si fuera algo habitual, aunque pocas veces lo habían hecho.
Lejos de incomodarla, esa cercanía le arrancó una pequeña sonrisa que guardó para sí.
Al llegar al comedor, vieron a Ana y Franco Martínez ya sentados junto a la ventana. Ana fue la primera en ponerse de pie, radiante, como si llevase toda la mañana esperando ese momento.
—¡Anahir! Por fin te conozco. Nico me ha hablado maravillas de vos —dijo, dándole un abrazo cálido que Anahir no esperaba, pero que agradeció.
Franco, por su parte, se limitó a esbozar una sonrisa amable y extendió la mano