CAPÍTULO: Café da manhã con sabor a samba
El sol se colaba despacio entre las cortinas, dibujando hilos dorados sobre la piel desnuda de Jasmín. El ventilador aún giraba con lentitud en el techo, como si también quisiera seguir soñando. Dante abrió los ojos sin apuro, y lo primero que vio fue a ella, dormida, con una pierna por fuera de las sábanas, el cabello suelto enmarañado sobre la almohada y los labios entreabiertos.
Se quedó mirándola largo rato, sin moverse.
Porque había momentos que no merecían ser interrumpidos. Y ese era uno de ellos.
Entonces, como si lo sintiera, ella se giró hacia él y, sin abrir los ojos del todo, susurró:
—¿Estás mirándome otra vez?
—¿Y cómo no? —respondió él, acariciándole el hombro con la punta de los dedos—. Es la mejor vista de Río.
Ella se rió suave, con esa voz ronca que el sueño dejaba aún en su garganta.
—Mentiroso.
—Enamorado —corrigió él.
Y así, con una sonrisa compartida, se levantaron.
En la cocina, Jasmín preparó el café da man