CAPÍTULO – Meriendas que sanan heridas
El parque respiraba en primavera. Era una de esas tardes en que el cielo parece pintado con acuarelas suaves y el aire huele a pasto recién cortado y galletas caseras. Elsa llevaba tiempo sin pisar ese lugar. Le traía recuerdos, muchos de ellos dulces, pero otros no tanto. Había sido allí donde, hacía meses, empezó a confiar de nuevo. A creer que se podía amar después de los sesenta. A pensar que su historia también merecía capítulos felices.
Pero esa ilusión se quebró de golpe. Fabricio, como un vendaval, había arrasado con todo. Con sus palabras, con sus verdades a medias y las mentiras de Ernesto. Desde entonces, Elsa no había querido volver. Sin embargo, esa tarde acompañaba a su nieto Alejandro, que corría feliz, con su remera azul con estampas de dinosaurios y una sonrisa que le llenaba el alma. Ella vestía un pantalón beige claro y una blusa floreada de lino, con el cabello recogido en coleta y lentes de sol sobre la cabeza. Había llevad