CAPÍTULO: LA MESA DE LA FORTALEZA
El sol de la tarde se colaba por las ventanas . Afuera, el canto de los pájaros intentaba contradecir la tensión que flotaba en el aire. Pero ahí dentro, algo más fuerte que el silencio estaba por suceder.
La mesa estaba servida. No era una mesa lujosa, ni elegante. Era la mesa de siempre, de madera clara, con marcas de cuchillo en el borde, con el mantel de flores algo deshilachado, pero limpio y perfumado. Elsa había preparado, casi en automático, una jarra de té con cáscaras de naranja y canela, y unos bizcochos de grasa que hacía con la misma receta desde que Damián era niño.
No sabía por qué lo hizo. Tal vez por instinto. Tal vez porque, aunque dolida, su cuerpo necesitaba hacer algo con las manos para no pensar con la cabeza.
—Yo me ocupo —dijo Alejandra al ver que intentaba alzar la bandeja con las tazas—. Vos sentate.
—Estoy bien —respondió Elsa, pero su voz tembló en la última sílaba.
Alejandra no discutió. Solo la ayudó, la acompañó h