CAPÍTULO — Cuando el Silencio Guarda Secretos
La noche había caído como un manto espeso sobre Bello Horizonte, envolviendo la ciudad en una calma aparente, de esas que esconden más de lo que revelan. En la casa de los Martínez, el silencio era amable, tierno, casi sagrado. Solo se oía el suave murmullo de Anahir cantando bajito mientras arropaba a las pequeñas gemelas Alma y Brisa, que se dormían con los ojos entrecerrados y las manitos entrelazadas.
El reloj marcaba casi las nueve de la noche, y el hogar de los Martínez resplandecía en una calma tibia, con luces suaves y el perfume de lavanda flotando en el aire. En el cuarto de las niñas, Anahir se agachó junto a la gran cuna doble, esa que Nicolás había mandado a hacer especialmente cuando supieron que serían dos. Una cuna dividida por una baranda baja, aunque, cada mañana, Alma y Brisa aparecían del mismo lado, abrazadas, como si nada en el mundo pudiera separarlas.
Anahir les acarició el cabello suave, y susurró con voz dul