CAPÍTULO: Donde se tragan las mentiras
El zumbido de los tubos fluorescentes era lo único que rompía el silencio en aquel baño frío y desolado del hospital público. Un cubículo del fondo estaba abierto de par en par, y en medio de los mosaicos gastados, una figura se movía con torpeza, como un reflejo de algo que alguna vez fue hombre.
Fabricio Castiglioni estaba de rodillas, con el pantalón del uniforme de limpieza empapado y adherido a sus piernas como una segunda piel húmeda y vergonzosa. Había pateado el balde minutos antes, frustrado, y el agua sucia, espesa y con olor a desinfectante rancio, se había esparcido como una marea asquerosa que lo rodeaba. El trapo chorreaba entre sus manos. Gris, gastado, roído. Igual que él.
De pronto, la puerta del baño se abrió con suavidad. Entró alguien con paso seguro. Sin apuro.
Nicolás Martínez.
El eco de sus zapatos resonó con una cadencia distinta. Segura. Firme. Era como si la autoridad lo siguiera a donde fuera.
Lo vio y le sonrió simplem