Thiago Christensen: el magnate que conquista México… y el altar
La Ciudad de México se prepara para uno de los eventos más esperados del año: la boda del empresario Thiago Christensen, el inversionista internacional que ha revolucionado los mercados con sus jugadas arriesgadas y exitosas en Europa y Estados Unidos. Ahora, su presencia en México no solo despierta interés financiero, sino también social.
Christensen, considerado por la revista Forbes Global como uno de los hombres de negocios más influyentes menores de cuarenta, ha sido visto en la capital acompañado de su prometida, Lux Marsalis, una joven de origen estadounidense cuyo carisma y estilo han comenzado a acaparar miradas en el círculo social más exclusivo.
La pareja ha confirmado que contraerán matrimonio en un escenario de ensueño: el Hotel Four Seasons de Paseo de la Reforma, cuya icónica terraza-jardín será el marco de una ceremonia que promete marcar un antes y un después en las bodas de alta sociedad. Según fuentes cercanas, el evento contará con más de mil invitados, entre empresarios, diplomáticos, celebridades y personalidades del espectáculo.
El enlace no solo simboliza la unión de dos figuras carismáticas y poderosas, sino también la entrada oficial de Christensen en el mercado latinoamericano. Su nombre ya ha despertado expectativas entre inversionistas mexicanos que lo ven como un jugador clave en las fusiones y adquisiciones de los próximos años.
Con una lista de invitados que se mantiene en estricto secreto, y un despliegue de lujo que promete eclipsar cualquier boda reciente en el país, el matrimonio Christensen-Fairchild ya se perfila como el evento del año.
Los reflectores están puestos sobre ellos. México, y el mundo, esperan ver cómo este poderoso dúo dará el siguiente paso: del amor al imperio.
Estaba hecho. El anuncio de la boda de Lux y Thiago no solo acaparaba las portadas de los periódicos, sino también los titulares de los noticieros y las conversaciones en cafés y oficinas. La fotografía de ambos, poderosos, ricos, deseables y, sobre todo, enamorados, bastó para que el mundo entero volviera la mirada hacia ellos.
Lux no sabía cómo Thiago lo había hecho, pero de pronto eran famosos. No había rincón en la ciudad donde no se hablara de la misteriosa doctora convertida en prometida de un magnate internacional. El simple gesto de caminar tomada de su brazo bastaba para que los flashes se dispararan a su alrededor.
Cuando se cerró el trato —esa alianza que disfrazaban de matrimonio—, su vida dio un giro radical. Se mudó al hotel donde Thiago se hospedaba, y en cuestión de días tuvo un guardarropa nuevo, confeccionado por diseñadores exclusivos, y un equipo de estilistas a su disposición. Peinados, maquillaje, vestidos a la medida… todo estaba calculado para proyectar la imagen de la esposa ideal de un hombre como Christensen.
Lux no estaba del todo de acuerdo con eso de la “esposa trofeo”, pero había cerrado un trato y ya no podía negarse. Ahora su nombre resonaba en todos los titulares:
—Lux Marsalis —pronunció ella en voz alta, casi probando cómo sonaba—. ¡Vaya apellido!
—No podía dejarte el de tu padre, ¿o sí? —respondió Thiago, bajando el periódico y dedicándole una mirada que la recorrió de arriba abajo.
Si Lux siempre había sido guapa, con la nueva imagen que él había construido para ella se veía hermosa, deslumbrante. Las ropas elegantes, hechas a la medida, resaltaban cada curva de su silueta, una que enloquecía a Thiago y que lo acompañaba en sus fantasías nocturnas. Desde que la tenía a su lado, no había amanecido un solo día sin una erección dura, terca, que lo obligaba a acariciarse en silencio mientras evocaba la suavidad de sus labios o la manera en que sus caderas parecían diseñadas para provocar.
La ropa también estaba pensada para algo más que apariencia. Cada vestido, cada conjunto, estaba diseñado para amplificar su personalidad: telas finas que se movían con ella, colores que resaltaban la fuerza de su mirada, cortes que equilibraban rebeldía y elegancia. No era solo una esposa de escaparate, era una mujer convertida en símbolo, en la personificación de lo que Thiago quería proyectar al mundo.
Lux lo sabía. Se veía en los espejos, en las miradas de la gente, en los suspiros de los hombres y en las envidias veladas de las mujeres. Y aunque una parte de ella detestaba ser moldeada, otra no podía evitar disfrutar del poder que esa nueva versión de sí misma irradiaba.
Thiago, por su parte, sabía que había creado más que una imagen: había despertado un arma.
—No creo que Mendoza lo recuerde… aun así, me gusta —dijo Lux.
—Pues no te acostumbres mucho a él. En un mes serás Christensen. Lux Christensen. —Thiago lo pronunció despacio, saboreando cada sílaba.
No lo dijo en voz alta, pero lo pensó: le encantaba cómo sonaba su apellido al lado del de ella. Era como marcar territorio, como afirmar que esa mujer, temible y magnética, estaba ligada a él por algo más que un contrato. Y aunque en público sería solo un movimiento estratégico, en privado lo mejor sería verla rendida en su cama, gritando su nombre hasta que no pudiera olvidarlo jamás.
El solo pensarlo le provocó un pinchazo en la ingle, endureciendo su bulto hasta dejarlo como roca. Agradeció estar sentado en la cómoda silla del comedor y que ella no pudiese notarlo. Bajó la mano con discreción para aflojar un poco el pantalón y, con el mero roce, un escalofrío le recorrió la piel.
—Hoy… saldremos —dijo al fin, intentando sonar natural, aunque la voz se le quebró con un leve nerviosismo.
Lux arqueó una ceja.
—¿Saldremos? ¿A dónde?
—Iremos de compras. Además, tenemos que ver otras cosas de la boda… como, por ejemplo, nuestra luna de miel.
Lux soltó una carcajada suave, musical.
—¿Luna de miel?
—Sí. Necesitamos crear todo el ambiente —contestó, bebiendo un sorbo de café para ocultar el calor que subía por su cuello.
Las miradas de ambos se encontraron entonces. Hubo un silencio corto, eléctrico. Lux ladeó la cabeza y, con una sonrisa pícara, murmuró:
—¿Acaso me quieres ver en un bikini pequeño, señor Christensen?
Thiago tragó saliva, pero no apartó la mirada. El aire entre ellos estaba cargado, denso, como si todo lo dicho fuese apenas un preludio.
—Iremos a una playa tranquila. Podremos relajarnos y planear nuestro juego. El primer paso es la boda, después…
Lux lo interrumpió, con esa sonrisa provocativa que tanto lo descolocaba.
—¿Me llevarás tan lejos solo para planear algo? ¿Qué no podemos hacerlo aquí?
—Ya te dije que tenemos que pretender bien. —Su tono fue más bajo, más firme, casi un susurro que caló hondo—. ¿Qué hombre rico y poderoso organiza una boda como la nuestra y no lleva a su guapa esposa de luna de miel? Sería sospechoso. Ellos esperan vernos exhibirnos, gastar, posar para las cámaras, ser el centro de atención. Y se lo vamos a dar.
Lux se inclinó sobre la mesa, apoyando el codo y descansando el mentón en la mano, con un brillo juguetón en los ojos.
—¿Qué más deseas, Thiago? —pronunció su nombre con tanta sensualidad que él supo que guardaría ese sonido para más tarde, cuando la soledad lo obligara a recordarlo—. ¿Que nos besemos en público? ¿Que te tome de la mano?
Thiago sintió un calor subirle al rostro. Se sonrojó, algo que no le pasaba desde hacía años.
—Solo espero que cumplas con tu parte del trato. No te salgas del papel… y yo no me saldré del mío.
Hizo una pausa para recuperar compostura, pero el peso de la mirada de Lux seguía clavado en él como un desafío.
—Ahora, si me disculpas, iré a arreglarme. Salimos en media hora.
Se puso de pie con rapidez, casi huyendo, y caminó a pasos largos hacia su habitación. Sabía que tenía que controlarse, pero Lux lo estaba desarmando con cada gesto, con cada palabra dicha al filo de una sonrisa.
Al cerrar la puerta detrás de sí, dejó escapar un suspiro cargado de deseo y frustración. Se pasó una mano por el cabello, exhalando una risa amarga.
—Tal vez si me la tiro una vez… se calmen mis ansias —pensó, dibujando una sonrisa torcida.
El problema era que, en el fondo, sabía que una vez no sería suficiente.
Pero sabía que eso sería imposible. No importaba lo que hiciera, nunca podría tener suficiente de Lux.
***
Lux y Thiago salieron del hotel directo hacia una de las colonias más exclusivas de la Ciudad de México. Las calles eran silenciosas, custodiadas, con altos árboles que daban sombra y casas enormes de arquitectura moderna mezclada con toques coloniales. Cada residencia parecía un pequeño palacio con jardines impecables, rejas ornamentadas y autos de lujo en las cocheras. Era el tipo de lugar donde solo los millonarios podían respirar tranquilos.
Cuando bajaron del auto, Lux parecía una señora de sociedad en toda regla. Llevaba un vestido de seda color marfil, ceñido en la cintura y con una caída elegante que resaltaba sus curvas sin necesidad de exagerar. El escote discreto en forma de corazón dejaba ver lo justo para despertar la imaginación, mientras que una abertura lateral revelaba sus piernas largas con cada paso. Su cabello, castaño claro con reflejos dorados, caía suelto en ondas suaves que brillaban bajo el sol, perfectamente peinado para parecer natural. Cubría parte de su rostro con un sombrero de ala ancha, y unas gafas negras le daban un aire de misterio sofisticado. Era el tipo de mujer que podía entrar en cualquier lugar y convertirlo en pasarela.
Thiago, a su lado, era la fantasía hecha carne. El traje azul marino, perfectamente entallado, se ajustaba a sus hombros anchos y su torso atlético como si hubiese sido diseñado solo para él. La camisa blanca, sin corbata, dejaba entrever la firmeza de su cuello y un destello de piel bronceada. Llevaba las mangas ligeramente dobladas, lo que le daba un aire relajado, casi arrogante, como si supiera que no había hombre capaz de igualarlo en presencia.
—¿Querida? —dijo Thiago a Lux, mientras la tomaba de la mano.
Ella aceptó el gesto con naturalidad, y el anillo de compromiso —una joya espectacular con un diamante central engarzado en un aro de oro rodeado de pequeñas piedras brillantes— atrapó el sol, lanzando destellos que parecían anunciar al mundo su unión.
Una joven vestida con traje sastre beige, de porte elegante y con un portafolio de cuero en brazos, se acercó con una sonrisa profesional.
—Señor Christensen, señorita Mar… —comenzó, pero se detuvo al ver de cerca la figura imponente de Thiago.
—Marsalis —la corrigió él, con firmeza, antes de inclinarse y besar la mano de Lux, un gesto que provocó el suspiro tímido de la corredora.
—Marsalis, por supuesto. Bienvenidos. Ya los esperaba. ¿Me siguen?
Thiago asintió y, sin soltar la mano de Lux, la guió con paso firme hacia adelante.
El contacto era seguro, posesivo, el de un hombre que estaba mostrando al mundo lo suyo.
Lux, impecable en su papel, sonrió con un aire de indiferencia sofisticada, como si estuviera acostumbrada a ese tipo de recibimientos. Caminó a su lado, con un dejo de orgullo.
Atravesaron un sendero empedrado que desembocaba en una explanada amplia, rodeada de jardines perfectamente cuidados con bugambilias y jazmines trepando por las paredes. Frente a ellos se alzaba la mansión: una construcción majestuosa de líneas modernas, con ventanales enormes, balcones de hierro forjado y una puerta de madera tallada que parecía sacada de una hacienda antigua. El contraste de estilos transmitía poder y exclusividad.
La corredora extendió el brazo hacia la entrada mientras hablaba con entusiasmo ensayado:
—Esta propiedad fue diseñada por uno de los arquitectos más reconocidos de la ciudad. Con más de mil metros cuadrados de construcción, cuenta con seis habitaciones principales, todas con baño privado, una sala de cine, gimnasio equipado y una cava subterránea que los amantes del buen vino suelen adorar. La alberca climatizada está rodeada de un área lounge que conecta directamente con la terraza, perfecta para eventos privados.
Los tres entraron a la casa, y de inmediato el interior confirmó lo que el exterior prometía: poder y exclusividad.
El recibidor combinaba lo moderno con lo clásico en una armonía calculada. El piso era de mármol blanco con vetas oscuras que brillaban bajo la luz de un candelabro de hierro forjado, suspendido del techo de doble altura. Frente a la entrada, un arco de madera tallada —similar a la puerta principal— enmarcaba el paso hacia la sala, recordando la esencia de una hacienda antigua.
Las paredes, lisas y claras, estaban adornadas con obras de arte contemporáneo: trazos abstractos, piezas geométricas en tonos metálicos. Justo al lado, sin embargo, colgaban espejos con marcos dorados y consolas de madera robusta, como si cada elemento moderno hubiera sido suavizado por un guiño tradicional.
Unas escaleras de cantera con barandal de hierro subían en curva, conectando con los balcones interiores que se veían desde el recibidor. La mezcla de piedra, metal y cristal creaba un efecto elegante, sin perder el aire de casa señorial.
Al fondo, la sala principal se desplegaba amplia y luminosa. Los ventanales gigantes permitían ver el jardín, mientras cortinas de lino claro ondeaban suavemente con la brisa. Los sofás eran modernos, tapizados en tonos neutros, contrastados con mesas de madera tallada y alfombras persas que daban calidez. En un rincón, un piano de cola negro destacaba junto a una chimenea de cantera, recordando que la modernidad no había borrado las raíces clásicas.
El ambiente olía a madera encerada y flores frescas, un aroma cuidadosamente elegido para transmitir lujo sin excesos.
Lux alzó una ceja mientras avanzaba con paso seguro, sus tacones resonando sobre el mármol. Thiago observó cada detalle con una calma calculada, como si midiera qué tan fácil sería adueñarse de un lugar así.
—¿Seis habitaciones? —preguntó Thiago, fingiendo sorpresa.
—Sí —respondió la corredora con entusiasmo—. ¿Piensan tener hijos? —añadió con un dejo de indiscreción que no logró disimular del todo.
Thiago giró el rostro hacia Lux, como si la respuesta dependiera de ella. Ella sostuvo su mirada unos segundos y, en lugar de incomodarse, dejó que una sonrisa traviesa se dibujara en sus labios.
—Claro que sí. Tendremos todos los hijos que podamos… —contestó en un tono provocativo que hizo que el aire se tensara por un instante.
La corredora parpadeó, un poco nerviosa, y se apresuró a retomar su papel.
—El jardín entonces será ideal para ellos. —Extendió el brazo hacia el ventanal que daba al exterior—. Es uno de los espacios más amplios de la colonia. Tiene más de quinientos metros cuadrados de áreas verdes, con árboles ya maduros, un pequeño estanque decorativo y un espacio perfecto para instalar juegos o incluso una casa de huéspedes.
Lux avanzó hacia el ventanal y se asomó. El jardín era, en efecto, majestuoso: césped impecable, rosales alineados en bordes simétricos, y una alberca infinita que parecía fundirse con el horizonte. Caminó con calma, dejando que su falda se moviera con gracia y que sus tacones resonaran sobre el mármol.
—¿Te gusta, querida? —preguntó Thiago, tomándola de la cintura.
Lux se quitó las gafas y volteó a verlo.
—Dijiste que tendríamos un departamento en la ciudad —comentó Lux, con un dejo de reproche en la voz.
Thiago sonrió, esa sonrisa enigmática que tanto la desconcertaba.
—Cambié de planes. Ven, quiero mostrarte algo.
La tomó de la mano y la guió por la escalera de cantera hasta el segundo piso. Llegaron al dormitorio principal: un espacio amplio, con una cama king size cubierta de sábanas de lino blanco, muebles modernos en tonos oscuros y un vestidor tan grande como un pequeño apartamento. El detalle que lo dominaba todo era el balcón.
Thiago abrió las puertas de cristal y la invitó a salir. El aire fresco los envolvió. El balcón daba hacia el extenso jardín, y más allá, podía verse otra mansión igual de imponente.
De pronto, él se acercó por detrás y la abrazó, pegando su cuerpo al de ella. Su calor la envolvió, y su voz ronca le rozó el oído.
—¿Reconoces la casa?
Lux entrecerró los ojos, observando con atención. Una sonrisa lenta y peligrosa apareció en sus labios.
—Los Mendoza…
—Exacto —susurró Thiago, apretando un poco más su abrazo—. Los tendremos vigilados, Lux. Cada movimiento, cada reunión, cada secreto… desde aquí.
Ella asintió despacio, saboreando la idea como un brindis silencioso de venganza. Giró el rostro apenas lo suficiente para mirarlo por encima del hombro. Sus labios quedaron a centímetros.
Un leve movimiento en el rabillo del ojo le recordó que no estaban solos: la corredora los observaba desde la puerta, con una sonrisa nerviosa. Lux, en lugar de apartarse, sonrió con malicia.
Se dio la vuelta y, con un gesto felino, se subió al borde de la baranda del balcón. Entrelazó sus piernas alrededor de la cintura de Thiago y lo atrajo hacia ella, ignorando por completo a la espectadora.
Él la sostuvo con fuerza, sus manos firmes en sus caderas, y la miró a los ojos. El mundo pareció detenerse en ese instante: el plan, la mentira, la venganza… todo se disolvió en la tensión ardiente entre ellos.
Lux le susurró con una sonrisa desafiante:
—¿Tratas de impresionarme?
—¿Lo estoy logrando? —preguntó Thiago, acariciando sus caderas con sus manos, sintiendo la presión de sus muslos firmes alrededor de su cintura.
Lux acercó sus labios a su cuello y depositó un beso suave, húmedo, que lo cimbró por dentro. Thiago cerró los ojos, atrapado en un espasmo de placer y deseo contenido. El calor de su aliento lo recorrió como un fuego lento mientras ella murmuraba:
—No puedes seguir haciendo planes sin decírmelo… —otro beso más bajo, rozando su clavícula—. Si vamos a trabajar juntos… si vamos a ser esto… —su mano descendió con calma, firme, hasta apretar con descaro el bulto endurecido en su pantalón— …quiero saber tu próximo paso. Siempre.
Thiago gimió ahogado, incapaz de disimularlo, su respiración quebrada por la manera en que ella lo tenía atrapado entre la excitación y la amenaza.
Lux lo miró directo a los ojos, sus labios a un suspiro de los suyos.
—¿Entendido? Jamás vuelvas a hacer algo sin decírmelo.
La voz de ella era sensual y peligrosa al mismo tiempo. Thiago, que solía ser el hombre del control absoluto, sintió que no le quedaba otra opción más que rendirse.
—Lo prometo… —susurró Thiago entre gemidos, aferrándose a sus caderas con fuerza, como si ese contacto fuera lo único que lo mantenía en pie.
Se inclinó hacia adelante, buscando la boca de Lux, queriendo revivir el beso ardiente que habían compartido la noche en que se conocieron. El recuerdo de esos labios aún lo incendiaba, lo llamaba. Pero Lux, con esa maestría que lo volvía loco, giró apenas el rostro y dejó que sus labios rozaran los de él sin llegar a fundirse.
Él gimió, frustrado, y ella sonrió con malicia, disfrutando de tenerlo a su merced. Sus manos se tocaron, se exploraron con la urgencia contenida de quienes saben que no deben, pero no pueden evitarlo. Y cuando Thiago, ya completamente encendido, volvió a intentar besarla, Lux se apartó lo justo para susurrar en su oído, con un tono travieso y cruel:
—Dejemos un poco para la boda y la luna de miel… ¿no crees?
Antes de que él pudiera responder, la voz de la corredora irrumpió desde la puerta:
—¿Les gusta la casa?
La tensión se quebró como un cristal. Thiago respiró hondo, se enderezó y se pasó la mano por el cabello, intentando disimular el ardor que aún lo recorría. Giró hacia la mujer con una sonrisa tranquila, como si nada hubiese pasado.
—La compro.
Lux lo miró de reojo, sorprendida por lo rápido de su decisión, pero sin mostrarlo.
Thiago, en cambio, se permitió una última mirada hacia el balcón, hacia la casa vecina donde vivían los Mendoza, y murmuró para sí mismo, con una calma peligrosa:
—A los amigos hay que tenerlos cerca… y a los enemigos, aun más.