11:30 hs. - Damián.
—Despierta, dormilona, que ya es casi mediodía. ¿Salomé? ¿Me oyes?
Nada. No había caso. Llevaba media hora intentando despertarla, pero ahí seguía boca abajo con la cabeza de lado hundida en su almohada. Al principio me extrañó que ya fueran esas horas y ella siguiera durmiendo, no era algo habitual. Salomé siempre había sido alguien que respetaba religiosamente sus horarios de cada día.
—Vaya gilipollas eres, Damián —me susurré a mí mismo luego de un último intento en vano de despertarla.
Salí de la habitación acompañado de Luna, que ahora me seguía a todos lados, y me resigné a desayunar solo. Yo llevaba levantado desde las nueve de la mañana, y estuve esperando pacientemente esas dos horas para poder tomar la primera comida del día con mi novia. Pero estaba claro que no iba a poder ser. Y era mi culpa. Lo sabía.
—Gilipollas...
Cuando abrí los ojos aquella mañana, lo primero que se me vino a la cabeza fue la imagen de Salomé saliendo de nuestro cuarto lista para