14:10 hs. - Fernando.
—¿A qué hora te piensas levantar? ¡Oye! ¡Fernando!
—¿Qué? Dios, dejame dormir.
—¡Que no! ¡Que te levantes ya!
Qué odiosa podía resultar la voz de Salomé cuando uno no quería escucharla. Si hubiese sido por mí la habría ejecutado con cualquier cosa en ese mismo instante. Había estado toda la noche trabajando para el hijo de cuatrocientos containers llenos de putas de Amatista y no estaba de humor para que me vinieran a interrumpir el sueño. Casi diez horas manejando por las afueras de la ciudad haciendo encargos para él y sin poder ni rechistar porque el tipo me tenía agarrado de los huevos. Encima me obligaba a hacer la jornada larga para terminar rápido de cobrarme la deuda y así no tener que verme más "la puta cara".
—¿Qué mierda querés, Salomé? Estuve laburando hasta 8 de la mañana, dejame dormir un rato más —casi que le supliqué.
—Entonces ya has dormido más de seis horas. Suficiente para ser persona. ¡Venga, arriba! —volvió a gritar antes de tironear y lleva