El sudor resbalaba por su cuerpo, los pequeños cabellos rizados del pecho estaban empapados y su oscura barba olía a sexo. Ambos estaban desnudos en el almacén, pero hacía demasiado calor y mucho espacio que recorrer con la lengua, y el tejido les impedía el paso.
Tenían los labios encarnados de tanto morderlos al intentar sofocar los gritos de placer. El almacén era grande, pero los clientes no eran sordos.
— Tenemos que recoger la caja — Freire observó las latas de refresco tiradas por el suelo. ¿En qué momento se cayó? Calculó que fue entre el tercer y cuarto orgasmo.
— No es lo único que hay que limpiar — sonreía y suspira. — Estamos sucisimos — sentía su piel pegajosa debido a los fluidos que ambos habían esparcido el uno sobre el otro
— Este caso te está dejando en los huesos — le acarició el vientre, sus músculos empezaban a difuminarse debido a la falta de entrenamiento y de alimento.
— Ahora la gente mezcla la realidad con las leyendas de la abuela — cogió una bocanada de aire