Capítulo veintiseis
Entre las casas baratas y los chalés de los más pudientes, había una zona intermedia donde había casas con jardines muy bien cuidados y fachadas pulcras. Una de las casas tenía la puerta abierta de par en par. Había gente llorando por todo el porche, hasta el punto de formar charcos de agua sobre un jardín gris bajo un sol primaveral.

Cuando lo vieron, la gente dio un paso atrás, como si fuera un cuervo que traía terribles noticias, o el enterrador con la pala. En el interior, a la izquierda había un amplio comedor lleno de gente y en el sofá, rotos como un jarrón de porcelana, estaban los padres del muchacho. Todo estaba decorado por los múltiples ramos de flores que habían traído los parientes, amigos y cotillas del pueblo.

— Buenas tardes — habló despacio, sabiendo que cientos de oídos lo estaban escuchando —. Sé que no es el momento adecuado — los padres no se inmutaban, sus mentes estaban en otro plano y no escuchaban el mundo que había a su alrededor — ¿Señores? — insistió.

— Est
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