Freire apareció en la cafetería a unas horas en las que Armando no estaba acostumbrado. Vio a su amigo con sorpresa y entusiasmo ya que había una sonrisa en su rostro. El peso del cansancio lo hacía más pequeño de lo que era y la mala alimentación le pasaba factura, ya que sus bonitos pantalones se movían de forma holgada y rara alrededor de su cintura.
— Bienvenido — sonreía con vitalidad, esa que le faltaba a Freire— ¿Veo una sonrisa en tus labios?
— La tenemos — movió la cabeza y sonrió tanto que la sonrisa de Armando sintió celos.
— ¿Tenéis al culpable? — Armando se quedó paralizado en la barra con la cafetera caliente en la mano.
— A la culpable — tuvo que frenar para no agarrarlo y empotrarlo allí mismo delante de todo el mundo. Y por la mirada de Armando el deseo era mutuo.
— ¿Quieres un café? — Sabía la respuesta, pero había al menos tres personas allí.
— Uno bien cargado — le sonrió.
— En diez minutos llega mi ayudante — le guiño él ojo —, mientras empieza por este y un trozo