Llegó a la comisaría y el ambiente estaba cargado. La cara de los agentes era de fatalidad, de horror, de un desastre apocalíptico.
—¿Qué pasó? — Freire se dirigió al sargento.
— Una gran putada — desató la lengua —. La acusada pidió un vaso de agua, antes de que se la llevaran.
— Mierda — gritó Freiré.
— Se asfixió — siguió hablando sin darse cuenta del rostro desencajado de Freire —. Los agentes intentaron ayudarla, pero le salía sangre por la boca. Fue muy traumático, tengo a los pobres de baja — señaló los dos escritorios vacíos.
— Se suicidó — aclaró Freire.
— No llevaba nada encima — el sargento lo observaba.
— No le hizo falta — se mordió los labios —, sólo necesitaba agua.
Se fue a su despacho y empezó a recoger su ordenador, todas las pruebas, anotaciones del caso y las grabaciones de los sospechosos e interrogatorios fueron introducidas en cajas selladas, para ir derechos al archivador.
Era un caso cerrado, que llamó la atención de los medios de comunicación. Era mejor irse