Capítulo treinta y ocho
— Me encantaría decirte que me alegro de verte — respondió el forense —, pero la verdad es que me hubiera gustado más si fuera en una cafetería o en una fiesta.

— Qué te parece si al salir nos tomamos un café en la cafetería de Armando — le sonrió.

— Amigo mío — se animó con una sonrisa de oreja a oreja —. Sabes de sobra que nunca podría decirte que no. Conoces mi punto débil.

— Creo que ya sé la respuesta — observó el cuerpo desnudo de Eli sobre una mesa metálica — pero ¿Qué es lo que has encontrado?

— Es como el caso del muchacho, Ian — recordó —. Murió asfixiado a causa de un objeto en la tráquea que se hizo paso a dentelladas hasta el corazón.

— Y ¿Encontraste el objeto? — observó con resignación.

— Cómo te gusta burlarte de mí — El pecho de la muchacha estaba abierto —, como puedes ver ese agua negra es lo único que quedó en su lugar. Seguro que si lo llevo a analizar encontraré restos de escamas negras.

— Este caso me tiene desquiciado — se sentó sobre un taburete.

— No solo a
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