Días después de la separación
Mansión Carbone – 2:37 a.m.
La mansión estaba en silencio. El aire olía a cigarro, a licor añejo y a rabia. Vittorio estaba en el despacho, con la camisa desabotonada, el rostro desencajado y los nudillos ensangrentados de golpear las paredes.
El vaso de whisky cayó contra la alfombra por tercera vez esa noche. Apenas pestañeaba. Su mirada se perdía entre las sombras y la botella que no paraba de vaciar. La ausencia de Cristian era un vacío que devoraba todo. Era un cuchillo bajo las costillas que no dejaba de girar.
Golpeó el escritorio.
Una vez. Otra. Otra.
—¡Maldito seas, padre! —rugió, tirando los papeles al suelo—. ¡Maldita esta familia! ¡Maldita esta casa!
De pronto, la puerta se abrió. Era Sofía, con un batín de seda, descalza, con el rostro tenso.
—¿Qué demonios haces gritando a esta hora? ¿Estás borracho otra vez?
Vittorio se giró con los ojos inyectados en furia. La miró como si no la reconociera. Como si fuera una sombra, un intruso, un recorda