El auto rugía contra el asfalto mientras Vittorio pisaba el acelerador con tanta fuerza que los neumáticos chirriaban en cada curva cerrada. La ciudad se desdibujaba en luces borrosas mientras la sangre de Cristian empapaba el asiento y las manos de Vittorio, que apretaban el volante hasta que los nudillos se le pusieron blancos.—¡Aguanta, mi amor! —murmuraba, con la mandíbula trabada y los ojos desbordados de rabia y desesperación. Cristian gemía débilmente, la cabeza ladeada sobre el reposabrazos, con el rostro pálido y sudoroso.Vittorio, con los dientes apretados, arrancó el teléfono del salpicadero y marcó con dedos temblorosos.—¿Dónde demonios estabas? —bramó en cuanto su padre respondió, su voz quebrándose por la furia.—¿Vittorio? ¿Qué está pasando? —preguntó Juan Carlos, con su tono habitual de calma peligrosa.—¡Nos emboscaron! ¡Sabían que estaríamos allí! —gritó Vittorio, golpeando el volante con la palma mientras tomaba otra curva a toda velocidad—. ¡Alguien habló, padre
Horas después, la puerta del quirófano se abrió, y un médico salió con el rostro cansado.—¿Familia de Cristian Soto? —preguntó, mirando alrededor.Vittorio se acercó de inmediato, con los ojos enrojecidos.—Yo —dijo, sin importarle lo que implicara esa palabra.El médico suspiró.—La bala rozó órganos vitales, pero logramos detener la hemorragia a tiempo. Está estable, pero las próximas horas serán críticas.Vittorio sintió que las piernas le flaqueaban.—¿Puedo verlo? —preguntó, con la voz rota.—Solo un momento. Aún está sedado.Entró a la habitación en silencio, y cuando vio a Cristian en la cama, con el rostro pálido y los labios secos, sintió que algo dentro de él se desplomaba. Se sentó a su lado, tomó su mano con delicadeza y la besó, dejando que las lágrimas cayeran sin contención.—No te atrevas a dejarme, ¿me oyes? —susurró, apoyando la frente sobre los dedos fríos de Cristian—. No sé qué haría sin ti... y ni siquiera puedo decirte cuánto te amo porque este maldito mundo no
La madrugada avanzaba como un veneno lento mientras Vittorio seguía junto a la cama de Cristian, sin moverse, con la mandíbula apretada y los ojos hundidos por el cansancio. El pitido constante del monitor cardíaco se había convertido en su único ancla con la realidad. Había pasado toda la noche allí, negándose a irse, a pesar de que las enfermeras insistieran en que necesitaba descansar.Cada cierto tiempo, Cristian se agitaba en sueños, murmuraba su nombre entre susurros rotos, y Vittorio se inclinaba sobre él, acariciándole el cabello, calmándolo como si fuera un niño que acaba de escapar de una pesadilla.Ya era casi mediodía cuando Cristian abrió los ojos con un poco más de lucidez. Su piel seguía pálida, y la herida vendada en su costado lo mantenía inmóvil, pero en su mirada ya no había niebla, sino conciencia.—¿Vas a seguir ahí sentado toda la vida? —murmuró con voz ronca.Vittorio se irguió al instante, acercándose sin pensar.—¿Te duele? ¿Quieres algo? ¿Te traigo agua?—Sol
El hospital había adoptado un extraño silencio. Los pasillos, siempre cargados de ecos de pasos y murmullos, parecían haberse rendido ante la presencia de los hombres Carbone, apostados como sombras en cada esquina. Vittorio no se había movido en todo el día, con la chaqueta aún manchada de sangre seca y los ojos sin descanso.Cristian dormía profundamente, conectado a un suero, y su respiración, aunque débil, era constante. El médico había dicho que, con reposo, se recuperaría bien. Pero eso no calmaba el fuego que crepitaba dentro del pecho de Vittorio.Afuera, la lluvia comenzaba a caer con una intensidad tímida, resbalando por las ventanas como lágrimas contenidas. Vittorio se levantó con lentitud, dejando la habitación sin hacer ruido. Uno de los hombres lo esperaba junto a la entrada.—¿Alguna novedad? —preguntó en voz baja.—Simone cree que los del puerto fueron alertados. No fue casualidad. El cargamento llegó antes, la zona ya estaba rodeada. Alguien habló.Vittorio asintió c
El día amaneció gris sobre la ciudad, con un cielo encapotado que parecía anticipar una tormenta. En la habitación del hospital, el silencio ya no era opresivo sino tenso, contenido, como una respiración suspendida en el tiempo.Cristian despertó despacio, con el cuerpo aún adolorido y el rostro perlado por un leve sudor. Giró la cabeza, encontrándose con los ojos inyectados de insomnio de Vittorio, quien estaba sentado junto a él, con el rostro oculto entre sus manos.—¿Dormiste algo? —preguntó Cristian con voz rasposa.Vittorio levantó la mirada de inmediato, como si su cuerpo respondiera por instinto al sonido de su voz. Una sombra de alivio cruzó por sus facciones endurecidas.—No podía —respondió—. Cada vez que cerraba los ojos, veía tu sangre en mis manos.Cristian estiró la mano con dificultad, rozando los dedos de Vittorio.—Estoy aquí… no fue suficiente para matarme.—Pero lo intentaron —respondió él, acercándose con los ojos encendidos—. Y eso basta para que alguien muera es
Hospital Central de Palermo – Tarde de lluvia, horas despuésVittorio estaba sentado al borde de la cama, secando con lentitud el torso de Cristian. Su cuerpo aún temblaba débilmente con cada roce, no por el frío del agua, sino por la intensidad con la que lo miraba Vittorio: con devoción, con furia reprimida, con ese amor desesperado que arde en secreto. Cristian se mordió el labio, tratando de no sucumbir del todo a lo que sentía. Pero era imposible. Ese hombre, con las mangas de la camisa arremangadas, con las gotas de agua resbalando por sus dedos mientras tocaban su piel como si lo estuviera reconstruyendo pieza por pieza, le hacía olvidar el mundo.—Podría quedarme así —murmuró Cristian—. En esta cama, contigo, lejos de todo.—Y yo podría arrancarle los ojos a cualquiera que intente sacarte de aquí —susurró Vittorio, rozando con sus labios la piel entre el cuello y el hombro, cuidando no presionar cerca de la herida.El beso fue lento, cargado de todo lo que no podían decir.Los
Villa Carbone – Medianoche. La tormenta aún retumba sobre PalermoVittorio entró como una sombra en la casa. La camisa salpicada con gotas de lluvia, el corazón aún latiéndole en el pecho con fuerza por haber dejado a Cristian dormido en el hospital, cubierto por sábanas que apenas le rozaban el cuerpo herido. Tenía la mente en caos, rota entre el deseo de cuidarlo y la ansiedad de saber qué haría su padre tras lo que había visto.La mansión estaba en silencio, pero no vacía.Apenas cruzó el vestíbulo, Juan Carlos lo esperaba en el salón principal, sentado con la espalda recta, las manos unidas sobre sus rodillas, un puro a medio consumir en el cenicero. No miraba la televisión. No leía el periódico. Estaba ahí. Esperándolo.—Cierra la puerta —ordenó, sin levantar la voz.Vittorio lo hizo. Sin decir nada. Sin pestañear. Se aproximó con la tensión retorcida en cada músculo.—Así que es verdad —comenzó Juan Carlos, girando la cabeza apenas—. No fue un momento, no fue un error, no fue un
Hospital Privado de Palermo – Días después.La habitación estaba casi en penumbra, con las cortinas apenas abiertas dejando entrar una luz grisácea de una mañana nublada. Cristian yacía en la cama, con el torso vendado, pero mucho más repuesto. Ya podía sentarse sin ayuda, caminar con algo de dificultad y tomar sus propias decisiones… aunque eso no evitaba que se sintiera completamente perdido desde hacía días.Desde aquel baño compartido, desde aquel beso interrumpido por una mirada, Vittorio había cambiado.Ya no lo tocaba con ternura. Ya no se sentaba a su lado durante horas. Iba, lo veía, y luego desaparecía como un fantasma que no podía permitirse volver a amar.Esa mañana, Cristian esperaba. Sabía que Vittorio aparecería. Sabía que algo iba a pasar. Lo sentía en los huesos, en el pecho, como cuando se avecina una tormenta. Y entonces, la puerta se abrió.Vittorio entró con su porte impecable, gafas oscuras, traje negro, y ese rostro tallado por la tensión. Llevaba un pequeño ram