Episodio 30

Palermo, madrugada gris. Hospital Umberto I.

El grito de Sofía rasgó el aire como un cuchillo sobre seda. Retorcida sobre la camilla, con las sábanas empapadas de sudor y lágrimas, apretaba los dientes mientras la partera le indicaba que empujara con fuerza. Afuera, la lluvia azotaba los ventanales como si el cielo supiera que ese no era un nacimiento feliz. No había nadie a su lado. Ni familia, ni amigas, ni su esposo. Solo el eco del dolor, el latido entrecortado del monitor fetal, y el pánico temblando en sus ojos.

Sofía gritó de nuevo. La partera y los médicos se miraban entre sí, concentrados, apurando el momento. Un último esfuerzo. Un empujón más. Y entonces… el llanto. El primer llanto desgarrador de una criatura recién llegada al mundo. Un niño.

—Es un varón —dijo la partera, mostrándoselo fugazmente antes de llevárselo a limpiar—. Saludable.

Sofía no dijo nada. No lloró. Solo giró el rostro hacia la ventana, agotada. En silencio. Vacía.

Dos horas después, Vittorio entró por
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