La sala de espera del hospital estaba envuelta en un silencio pesado, roto solo por el tenue zumbido de las luces de emergencia. Jin no dejaba de mirar las manos ensangrentadas de Alessandro, mientras este las frotaba sin descanso con un pañuelo ya húmedo. Afuera llovía. El cielo lloraba con ellos.
Jin se levantó del asiento y caminó lentamente hacia su padre biológico. Tenía los ojos rojos, pero no por el llanto. Era enojo contenido, confusión, y una verdad que necesitaba salir de la oscuridad.
—¿Es cierto lo que dijo Carlo? —preguntó de pronto, rompiendo el silencio. Su voz era firme, pero quebrada por dentro—. ¿Que tú... tú eres el hombre del que mi padre se enamoró?
Alessandro alzó la mirada. Sus ojos se encontraron con los de Jin. Era como si el pasado volviera a cruzarse con él, como si el tiempo no hubiese pasado desde aquella noche en que Riso lo miró por última vez entre rejas.
No respondió al instante. Se tomó su tiempo, como si supiera que cada palabra sería una grieta m