Lara
La oscuridad es vasta, dominante, invasiva.
Luego, una molestia en mis párpados me hace sentir como si hubiera amanecido, aunque no logro despertar del todo.
Y entonces escucho voces.
Pero olvido lo que dicen y me pierdo en mi mente.
Los recuerdos fluyen y dejo de flotar; ahora estoy consciente, junto a mi amado Peludo.
Mis ojos se quedan contemplando el cielo, el mismo que había visitado tantas veces y admirado desde el risco, donde solía fantasear con un compañero que no fuera siryes.
No, no quiero a nadie de mi propia especie, pues esas personas me rechazan porque soy diferente.
Los siryes son una mezcla prohibida entre los faes y los licántropos, unión que surgió cuando los segundos comenzaron a extinguirse.
Vivimos apartados de las demás civilizaciones. Los faes tenían su colonia, los licántropos sus manadas, y nosotros un dulmo. Así se llama nuestro hogar.
—Sería hermoso si un lobo me rescatara de mi desdicha —le digo a Peludo, mi perrito fiel y el único que me quiere—. No me importa mezclar mi raza, solo deseo escapar de aquí y tener una familia de verdad. ¿Cómo sería ser amada por alguien?
Abrazo a Peludo. Ese contacto me reconforta, único en mi vida, porque mis padres nunca me han abrazado ni besado, y los chicos me repelen como si yo fuera la muerte.
Eso dicen que soy… la muerte.
—Debemos regresar o mamá se enojará —susurro a mi único amigo mientras observo el sol ponerse—. Debo hacer la cena.
Salto de las rocas que me sirven de asiento frente al risco, la mejor vista de la cordillera que rodea el dulmo, y Peludo me sigue, como siempre. Lo hizo desde que era un cachorro abandonado que encontré por casualidad.
Éramos dos seres solitarios que hallaron compañía en el otro. Desde entonces, hemos sido inseparables.
Con él, mis días son más llevaderos.
Con pasos apresurados corro en dirección a casa. Antes de empezar a preparar la cena, me lavo las manos y me pongo los guantes negros que me hacen sentir como un fenómeno.
Es ridículo usarlos, porque no puedo desatar mi poder a menos que así lo decida, pero mi familia —y el resto de los habitantes del dulmo— creen lo contrario: piensan que con el simple roce de mis manos los envenenaré.
Absurdo.
Suspiro y comienzo a preparar los utensilios. Me tomo un par de horas en cocinar un festín al gusto de cada uno, servido con elegancia y distinción, pues mi familia es exigente.
—Ellos están disfrutando mi comida —le comento a Peludo mientras los observo comer y conversar con entusiasmo.
Añoro estar ahí, contarles sobre los grillos que descubrimos en el bosque y cómo su canto era diferente al resto.
También me gustaría decirles que descubrí una nueva habilidad…
Respiro hondo.
Esa habilidad también es destructiva, así que no la aceptarían.
Miro mis manos, ahora libres del incómodo guante, y desearía no haber nacido con este don.
Una gota cae sobre mis palmas. Luego otra. Y otra.
—Yo también quiero cenar con ellos —murmuro, volviendo la vista hacia la mesa.
Tengo cuatro hermanos y una hermana.
Soy la menor… y la repudiada.
Todos poseen dones maravillosos, pero yo soy venenosa, destructora, la vergüenza de mi familia y el escándalo del dulmo.
Los minutos pasan y mi estómago ruge. Peludo está inquieto, así que saco la galleta que escondí para él. Siempre se desespera.
Después de que mi familia termina y se retira, corro hacia el comedor para recoger todo.
Mis manos tiemblan, mi estómago duele. Me apresuro lo más que puedo.
Cuando termino y separo las mejores sobras de la basura, me siento en el suelo y sirvo la comida en el plato de Peludo.
—Bien, es nuestro turno de cenar —le digo, ansiosa y feliz, y juntitos compartimos la cena.
—¡Peludo! —despierto con el pecho acelerado y la respiración entrecortada.
Otra vez soñé con mis recuerdos…
Miro a mi alrededor, desorbitada y con miedo, sin reconocer este lugar.
Parpadeo varias veces buscando algo familiar, pero no logro asociar esta glamurosa habitación ni con el palacio, ni con el calabozo, ni con el dulmo.
Simplemente me resulta desconocida.
Tiemblo. Mi corazón late desbocado.
—¿Dónde estoy? —murmuro, tan desorientada que me parece seguir soñando.
Me permito apreciar los colores armoniosos, la cama grande y esponjosa, las telas suaves y perfumadas; el brillo de las paredes y el olor a galletas, que me recuerda lo hambrienta que estoy.
Me giro cuando la puerta se abre.
El corazón se me dispara y, por instinto, fijo la mirada allí.
—Ya despertaste —dice una voz desconocida.
Me quedo congelada, muda, incapaz de apartar los ojos de aquella figura que me eriza la piel y enciende todas mis alarmas.
¿Qué me ocurrió? ¿Por qué estoy en un lugar tan lujoso? Y… ¿quién es esta persona que me habla con tanta familiaridad?