SAMANTA
—¡Por Dios! —Rick de inmediato se incorporó para cubrir mi cuerpo y yo me encargué de acomodar mi blusa. Oí aquella risa familiar que me puso en alerta—. Sabía que algo se traían entre manos.
Me puse a temblar y Rick se volteó a mirarla mientras a mí me invadían unas intensas ganas de llorar.
—¿Qué haces aquí? —le increpó con brusquedad.
Stella sonrió y cerró despacio la puerta.
—Cuando vi a Sam en tu casa, supe que algo pasaba entre ustedes dos. Vine aquí a corroborar que estaba en lo cierto. —Suspiró, ladeó su rostro y negó; una sonrisa diabólica se formó en su boca—. Sí que eres una mosquita muerta. ¿Quién iba a pensar que, estando comprometida con Francesco, tendrías las aga