Capítulo II

Después del reencuentro con Michael, todo cambió. Ya no me sentía tan sola, tan vacía...

Definitivamente Michael, llegó a mi vida para quedarse. Sin embargo, estos días que no hemos visto, y que he convivido con él, me han hecho darme cuenta de que, sentía algo por él... Me lo quería negar a mí misma, porque temía enamorarme de nuevo... Temía salir herida en el proceso.

Como suele pasar.

Como suele sucederme casi siempre.

—Escucha Keith... Ya es tiempo de que hablemos...—Dijo Howard, con un tono serio.

Por su expresión fría, temí que todo llegara a su fin.

No podía hacerme eso, no después de lo que me hicieron... ¡De lo que viví!

—Te escucho— Afirmé, esperando atenta a sus palabras.

El silencio entre nosotros era sofocante, mis latidos estaban acelerados, no quería... No podía perderlo a él también.

—Keith, esto debí decírtelo hace tiempo... Pero pasó todo esto y...— Pasa sus manos por su cabeza, frustrado. — Me enamoré de otra mujer.

En seguida sentí como si mi mundo, se terminara de derrumbar.

Un nudo en mi garganta se formó, y lágrimas inundaron mi visión en cuestión de segundos.

Tragué saliva, aclarando mi garganta, — Eres un idiota, — Lo único que se escuchaba en el cuarto del hospital, era mi llanto. El silencio que hubo, la tensión del ambiente era imparable, —Lárgate. — Murmuré.

—Yo...—

—¡Que te largues! — Reclamé, dolida, enojada, llena de rabia.

¿Cómo pudiste Howard?

Cuando más te necesito... Te vas...

Me duele, estoy sufriendo por amor... Estoy llorando por un idiota.

No se merece ni una sola lágrima más.

—¡No te quiero volver a ver jamás en mi vida!, ¡Jamás! — Me alteré.

Grité, lloré, insulte...

Solo recuerdo que él se había ido, dándome la espalda sin mirar atrás. Las enfermeras me sedaron, luego, desperté, sintiendo un inmenso vacío.

Un odio imparable.

Un dolor insoportable.

No cabe duda, que en mi vida siempre llovía sobre mojado.

—¿En qué piensas, Keith? — La voz de Sarah, mi compañera de trabajo y quien lograr hacerme sonreír a veces, me saca de mis pensamientos— ¿O en quién? — Mueve ambas cejas hacía arriba y hacia abajo, rápidamente, y en sus labios se formaba una sonrisa pícara.

—En nadie...— Respondí, sin darle mucha importancia.

—¡Ay vamos!, dime... ¿Qué te cuesta? — Insistió— Yo te cuento todo de mi vida, hasta te considero mi mejor amiga, llevamos trabajando juntas hace un año, te consta que me he portado bien contigo, que he sido muy buena amiga, ¿Por qué no confías en mí? — Preguntó ella, haciendo todo un show.

Sarah, siempre tan... Dramática...

Mi mejor amiga...

Se oye lindo.

—Okey— Dije, entre dientes — Está bien, pero después del trabajo. — Indiqué.

—Está bien— Comentó ella, con una amplia sonrisa plasmada en su rostro.

Ambas seguimos trabajando, cada una con su propuesta para una campaña publicitaria. Es algo muy agradable cuando tienes colegas que no buscan competir contigo, sino trabajar en equipo, eso éramos ella y yo... Un equipo.

—Keith, mi estimada colega— La voz Ronald Grant... El tipo más insufrible y arrogante, me hizo dejar de mirar mis diseños y propuestas, para verlo a él.

—¿Ahora qué quieres? — Dije en tono muy cortante.— Estoy ocupada por si no lo notaste.

—Si, si... Es solo que el Jefe Willows, quiere verte en su oficina ahora. — Inquirió él, con una sonrisa arrogante dibujada en sus labios.

Arrugué mis cejas, —¿Para qué?

Ronald vaciló en responder— Ve tú a saber...— Por su tono, destilaba arrogancia pura.

—Ve, Keith... Yo te ayudo con estos. ¿De acuerdo? — Oí decir a Sarah, con su voz suave.

De mala gana, me levanté de mi asiento para ir a ver qué quería el Señor Willows, al llegar a su oficina, olvidé tocar por completo, solo entré, como perro por su casa.

Entonces lo ví, estaba de espaldas, sentado en su silla giratoria. Luego, se me volteó para verme a mí.

Su porte de frialdad, y su temple de acero, podrían intimidar a cualquiera, pero no a mí...

—Keith, ¿Cuántas veces te tengo que decir que toques antes de entrar? — Reclamó él, señalando la puerta detrás de mí.

Aquí vamos...

Rodé mis ojos, —¿Para qué me necesita? — Pregunté, de una forma directa.

Él solo me escudriñó de pies, a cabeza, como si buscara algo en mí, o como si quisiera algo de mí.

No me gustaba ser malpensada, pero sabía, cuando un hombre quería tener sexo conmigo.

Esto no pinta nada bien.

—Escucha Keith... Este año que llevas trabajando para mi agencia me he dado cuenta que no solo eres una gran empleada, sino también, una gran mujer. —Se acercaba sigilosamente hacía mi —No sé, estuve pensando que no solo podríamos tener una relación laboral... Que tal vez, tu y yo...—

—No. — Afirmé con seguridad —No podría, usted y yo tenemos una relación estrictamente laboral.

—Ay vamos, Keith... ¿Sabes?— Se acercaba cada vez más rápido, hasta quedar a escasos metros de mí... Muy cerca,— ¿Por qué no solo me hablas de tú?

—Porque es mi jefe, nada más.— Me aparté lo más que pude de él, pero entonces, me tomó de la cintura descaradamente.— Te ves follable.— Susurró en mi oído, encendiendo mi rabia, las ganas que tenía de romperle la cara.

En seguida, lo pateé en la parte baja, sí, en el pene.

Lo golpeé con tal fuerza, que un quejido de dolor salió de sus labios y resonó en su oficina.

—¡Maldita! — Gritó él, aún con dolor en su parte baja.— Estas despedida.

—No, usted no me va a despedir.— Hice una pausa, lo miré fijamente— Yo renuncio.

Así, sin más... Recogí mis pertenencias y me fui.

Sentía las miradas de confusión sobre mí, por todo el edificio. Pero no les dí importancia.

El acoso sexual no lo iba a tolerar, solo esperaba que no me denunciara por agresión.

Salí de ese lugar. En eso, sentí alguien deteniéndome.

Era Sarah.

—¿Por qué te vas?— Preguntó, con una expresión de tristeza en su rostro.

—Porque no puedo trabajar en un lugar donde te acosan sexualmente.— Admití sin titubear.

Pude notar la "o", que se formó en los labios de Sarah, en sorpresa al oír mis palabras.

—Tienes que denunciarlo.— Comentó ella.

—No, él tiene dinero, tiene influencias. Yo solo soy una empleada, una simple empleada.

—Pero es injusto.

—La vida no es justa, Sarah. Créeme cuando te digo que no lo es.

Me dispuse a seguir mi camino, de pronto, Sarah hizo algo que me tomó por sorpresa.

Me abrazó.

—Sabes que eres la única que me ha soportado... Digo, todos mis shows y mis dramas amorosos con mis ex-parejas... Eres la única que me ha apoyado.— Sus palabras, eran tan hermosas. Noté la sinceridad en ellas.— Eres mi mejor amiga, Keith.— Añadió, separándose de mí.

Aguantando las lágrimas, por la emoción del momento, le devolví el abrazo, —Gracias, — Murmuré.— Hasta pronto.

—Hasta pronto, Keith... Sabes que puedes contar conmigo.

—Lo sé, amiga...— Dije, con una sonrisa triste en mis labios.

Ambas nos despedimos, no sería un "adiós", sino un "hasta pronto". Sabía que nos volveríamos a ver.

Por lo pronto, tendría que empezar a buscar trabajo.

Algo un tanto difícil a veces, existían miles de posibilidades de que no consiguiera un buen empleo, bueno... Por lo menos no como diseñadora gráfica, ya que, conociendo a Zack Willows, a su inmensa fortuna y su inmenso poder, se encargaría de joder mis posibles oportunidades de trabajo.

Eso es lo que pasa con las personas ricas, que, con su poder, puede destruir a alguien, pueden pasar por encima de quien sea, sin importar a quién se lleven por delante, eso es algo tan injusto, tan... Asqueroso de su parte.

Ahora yo, me había quedado sin trabajo, todo por darme a respetar. Por impedir que abusaran de mí... Otra vez.

Es que de solo recordar lo que pasé hace un año, se me revuelve el estómago, el odio y el dolor me quemaban por dentro.

—Papá... ¡Ya llegué!, — Dije emocionada, porque por fin, tenía en empleo que quería.—Te traigo buenas noticias...— Al entrar a la casa, encontré todo tirado, como si alguien hubiera peleado dentro y tirado todo al suelo.— ¿Papá, estás ahí?,—  al no escuchar nada y ver todo en mal estado, las alarmas en mí, se activaron.

Subí las escaleras y llegué a su cuarto.

—¡Papá!— Grité asustada, al verlo tirado en el suelo, y con una herida.

Había sangre, mucha sangre.

Quise ayudarlo, pero, alguien me golpeó.

Solté un quejido de dolor.

Vi a un hombre vestido de negro, que cubría su cara con una máscara totalmente negra, tenía una pistola en la mano, creo que con eso me golpeó. El dolor era insoportable.

—¡¿Qué haces?!, ya vámonos, ya tenemos el dinero. — Dijo otro hombre que salió de la nada, vestía de negro, igual que quien me golpeó.

—Quiero divertirme un rato. — Su voz era ronca, y me aterraba, era tan fría...

—No... Por favor.— Mi voz de rompía— No me hagan nada.— Supliqué.

Él hombre que tenía la pistola, ladeó la cabeza, sus ojos eran grises, o azules, pero sabía que me miraba con diversión.

Luego, comenzó a tocarme, me quitaba la ropa con con una agilidad aterradora.

Grité, supliqué... Pero todo fue en vano.

Comenzaron a golpearme, doblegando mi fuerza.

Y allí, esos dos hombres, abusaron de mí, luego de matar a mi padre.

Cada vez que lo recordaba, el dolor y asco se hacían presentes, el odio, la rabia.... Aunque lograron atrapar a esos delincuentes, eso no iba a revivir a mi padre.

Sin embargo, era un alivio saber que estarían tras las rejas, pagando por todo el mal que provocaron.

Solo eso me reconfortaba.

Que no volverían a lastimar a nadie.

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