Capítulo 3
Al escuchar las palabras, Ada palideció, incluso olvidó cómo llorar. El señor García la miró con el rostro sombrío. Mis padres, empresarios experimentados, entendieron de inmediato el significado oculto tras las palabras de la señora García. Cuando los invitados iban a salir, papá propuso un compromiso entre Dylan y yo.

La señora García aceptó la propuesta encantada. Aunque Dylan ya mostraba claramente su disgusto y su desprecio hacia mí, pero para sorpresa de todos, no se opuso. Quería rechazar la oferta, pero papá y mamá me dijeron que ese matrimonio sería mi único valor para esa familia.

Después de eso, empecé a esforzarme por gustarle a Dylan. Creía que, si era lo suficientemente buena con él, terminaría por quererme. Pero esa idea se desmoronó cuando lo vi cuidando a Ada con tanta ternura. Ella se había quedado dormida, pero él aún permanecía junto a su cama, cuidándola. Incluso aprovechó ese tiempo para diseñarle una dieta nutritiva que la ayudara en su recuperación. Luego de eso, pidió que su asistente le trajera la crema especial para las cicatrices.

Al ver la crema, me invadió una mezcla de sentimientos difícil de describir, y sentí un intenso nudo en la garganta, recordando mi fea quemadura en el brazo. A pesar de haber recibido tratamiento, la cicatriz jamás había desaparecido. Había comprado varias marcas de crema para cicatrices, pero ninguna había funcionado. Sin embargo, el hospital de la familia García producía un tipo de crema para cicatrices diseñada específicamente para Ada, que no se vendía al público. Después de ser quemada, le rogué que me diera un tubo de esa medicina, pero Dylan miró la cicatriz en mi brazo y me rechazó con desprecio:

—No eres modelo. Una pequeña cicatriz en el brazo no afecta en nada. Además, te causaste esa cicatriz para incriminar a Ada, ¿no es cierto? Déjala así. Quiero que te recuerde cada día lo bajo que caíste por querer reemplazarla y casarte conmigo. Que esa cicatriz sea el reflejo de tu hipocresía. Te acompañará toda la vida.

***

Finalmente, Dylan recordó que también estaba en el mismo hospital. Después de resolver todo lo relacionado con Ada, quería encontrarme para cobrar venganza por ella, sin olvidarse de llevar consigo el acuerdo de divorcio consigo para que lo firmara. De esa manera podría casarse con su primer amor.

Sin embargo, yo, lamentablemente, ya no podía firmarlo.

En el pasillo, dos enfermeras pasaron junto a él visiblemente alteradas. Una se sujetaba el pecho, conmocionada:

—No tienes idea de lo trágica que fue la muerte de esa pobre mujer. Tenía todas las extremidades rotas, el útero perforado y una hemorragia severa. Tenía más de dos meses de embarazo. Cuando la trajeron al hospital, ya estaba moribunda y prácticamente se había desangrado…

—Dios mío… Es también la hija o la madre de alguien. Cuando su familia se entere se les romperá el corazón…

—Exacto. Si la ayuda hubiera llegado a tiempo, tal vez se podría haber salvado… Estar incapacitada es mejor que estar muerta.

Dylan se quedó helado al escuchar aquella conversación. Me acerqué a su oído y le susurré:

—Dylan, ¿sabes que es esa paciente? ¿Por qué no vas a ver mi cuerpo, y confirmas si realmente fue tan horrible?

Lo admito, fue un pensamiento malicioso de mi parte, pero realmente quería que presenciara mi tragedia. Que supiera que por su egoísmo al desviar los recursos médicos para salvar a Ada —quien solo tenía unos simples rasguños—, mientras el bebé en mi vientre y yo habíamos perdido la oportunidad de sobrevivir. ¿Cómo reaccionaría? ¿Se sentiría culpable? ¿O simplemente no sentiría nada especial?

Sin perder tiempo, Dylan fue a la estación de enfermeras a preguntar por mi habitación. Una de las enfermeras que habían pasado antes junto a él lo reconoció, y, al escuchar que preguntaba por la paciente que había ingresado al mismo tiempo que Ada, lo miró con recelo y preguntó:

—Doctor García, ¿es usted familiar de esa paciente?

Dylan se sorprendió un poco, pero, de inmediato, le respondió un tanto irritado:

—No la conozco. Un amigo mío me preguntó por ella.

Me quedé allí, aturdida, mirando su rostro impasible. Tal vez lo único que le importaba era que aún no había firmado el acuerdo de divorcio. Durante nuestros dos años de matrimonio, aunque el hospital fuera de la familia García, él nunca me había permitido venir aquí. Cuando estaba enferma, siempre iba a otro hospital, el mismo en el que había descubierto que estaba embarazada.

Ante aquella respuesta, la enfermera pareció un poco aliviada, y, con voz compasiva, le respondió:

—La paciente falleció debido a la gravedad de sus heridas. Inicialmente, queríamos que usted la atendiera, pero…

Continue lendo este livro gratuitamente
Digitalize o código para baixar o App
Explore e leia boas novelas gratuitamente
Acesso gratuito a um vasto número de boas novelas no aplicativo BueNovela. Baixe os livros que você gosta e leia em qualquer lugar e a qualquer hora.
Leia livros gratuitamente no aplicativo
Digitalize o código para ler no App