Ya estaba tan destrozada que cualquiera con un poco de compasión se habría acercado a ayudarme. Mis piernas rotas me dolían tanto que todo el cuerpo me temblaba sin control, mientras las lágrimas caían sin cesar al suelo por las comisuras de mis ojos.
A ese dolor se sumaba una punzada aguda en el abdomen, mientras el agua salada a mi alrededor se teñía de un rojo intenso por mi sangre.
«Mi bebé, lo siento tanto… He estado tan obsesionada con ese amor que nunca fue mío… y por eso perderás la oportunidad de conocer el mundo…»
***
Ada, aterrada por el secuestro, despertó pidiendo ver a Dylan. No dejó que ni las enfermeras se acercaran y se acurrucó en el pecho de él, temblando con una hoja, mientras las lágrimas recorrían su rostro.
Dylan, a su lado, la consolaba con ternura, como si ella fuera un tesoro que había recuperado después de una batalla desgarradora. Con ansiedad, le acariciaba la espalda con dulzura, intentando calmarla:
—Menos mal que estás bien. No sabes cuán preocupado me tenías. Tenía tanto miedo de perderte…
Ada sollozaba como una niña asustada, aferrada a la camisa de Dylan, con el rostro pálido.
—Dylan, pensé que iba a morir —dijo con la voz entrecortada—. Creí que no volvería a verte jamás… Si no fuera por ti, no habría sobrevivido… —Mientras hablaba, alzó la cabeza y lo miró con los ojos húmedos—. Siempre tuve miedo de que mi presencia interfiriera en tu relación con mi hermana. Por eso te rechacé tantas veces… Pero, después de todo esto, ya no seguiré huyendo de mis sentimientos.
Se sonó la nariz y volvió a esconderse en el pecho de Dylan, susurrando:
—Nunca le guardé rencor. Si no hubiera salido con ella esa noche, no me habrían secuestrado, y quizás nunca habría enfrentado lo que realmente siento por ti…
Al escuchar sus palabras, Dylan se tensó. Por un instante, la furia nubló su mirada, pero se contuvo.
—Ada, no la menciones más. Te prometo que esta vez te daré una explicación sobre lo ocurrido. Esta vez, ¡nadie impedirá que estemos juntos!
***
No pude evitar esbozar una sonrisa amarga… porque la verdadera razón por la que nunca estuvieron juntos no fui yo. Fue ella: Ada.
Ellos eran amigos de la infancia, destinados a casarse desde que eran niños.
Tenía dieciséis años cuando descubrió la verdad: la niñera nos había intercambiado al nacer. Yo era la verdadera señorita López, mientras Ada… solo era la hija de esa cruel niñera.
Mis padres me trajeron de regreso a la familia, pero no quisieron alejar a Ada, a quien habían criado con tanto amor durante años. Después de eso, me convertí en la hija mayor de la familia, y ella, en la segunda.
En mi primer cumpleaños como parte oficial de esa familia, invitaron a Dylan y a sus padres. Recuerdo cómo la señora García no dejaba de elogiarme. Me tomó de las manos con cariño y me dijo que era demasiado hermosa y educada. Me habló como si me conociera de toda la vida.
Sin embargo, esa preferencia despertó la hostilidad de Ada. Por lo que, aprovechando que los adultos estaban ocupados en el salón, ella se acercó a mí, sigilosa, con un vaso de agua hirviendo, mirándome con una sonrisa maliciosa.
—Si hoy me quemas, ¿crees que a alguien le quedarán ganas de celebrar tu cumpleaños?
Dicho esto, intentó volcar el vaso sobre su propia mano.
Al verla, mi mente se paralizó, aunque mi cuerpo reaccionó con rapidez, extendiendo mi mano para detenerla, y toda el agua hirviendo cayó sobre mi brazo...
El dolor abrasador se extendió por todo mi cuerpo, y no pude evitar gritar, mientras mi piel se llenaba de ampollas, enrojeciéndose e inflamándose de una manera horrible.
La primera en entrar fue la señora García, quien, aterrorizada, me llevó al grifo y puso mi brazo bajo el agua fría.
Mis padres corrieron detrás de ella, alarmados y preguntando qué había pasado. Ada bajó la cabeza, como si fuera una víctima, y, con una expresión inocente y voz temblorosa, sollozó:
—Papá, mamá, es que… Quería servirles agua para el té, pero Olaya…
Sin embargo, antes de que terminara de hablar, mis padres ya me estaban mirando con reproche.
Lo cierto era que, desde que había regresado a la familia, Ada me había tendido varias trampas, y mis padres siempre terminaban creyendo en sus palabras.
Como era mi primer cumpleaños con ellos, no quise estropear el poco cariño que había logrado ganarme con tanto esfuerzo. Por lo que, aguantando el intenso dolor en mi brazo, respondí:
—Lo siento, fue mi culpa. No tuve cuidado…
La señora García me miró, antes de enfocar sus ojos en Ada. En ese momento, vi en sus ojos que había entendido lo que en verdad había sucedido, pero, aun así, no dijo nada.
—Olaya, eres una buena chica.