Una pista

Ya eran las 12:30 del mediodía, el recorrido fue muy breve ya que sabían exactamente dónde ir. Aquella oficina lo desesperaba, no aguantaba más, necesitaba saber bien las cosas.

Papeleo y papeleo, mucho papeleo, más de lo que estaba dispuesto a aguantar. Se paro golpeando el escritorio con las palmas abiertas y su ceño fruncido, eso era el colmo, y su paciencia había llegado al límite.

—¿Cuánto más tendré que esperar? –Pregunto con el ceño fruncido al máximo el azabache mirando a aquel sujeto que se encontraba buscando entre un montón de archivos—

—¿sabe cuántos niños llegan aquí cada mes de cada año? –pregunto con molestia el director de aquel lugar, si bien tenía paciencia ese sujeto de cabello negro le estaba desesperando como pocas personas lo habían logrado.

—Tranquilízate Frank, con apresurarte nada logras, esperaste cuatro años, esperar unos minutos no es nada –expreso con cierta seriedad el Douglas, él no era así, pero podía ponerse en ese plano cuando de calmar a su amigo del alma se trataba.

—No tengo registros de un bebe apellidado Maxwell o con el nombre de Gabriel, realmente estoy desconcertado – expreso el director con sorpresa, nunca le había pasado algo así, era una completa sorpresa aquello que estaba pasando.

—Hace cuatro años, un pequeño de cabello rojo y ojos negros, un bebe de seis meses, ¡tiene que haber algo en sus expedientes! –Expreso colmado el Maxwell, su desesperación bordeaba el límite que podía aguantar su cordura.

—Solo me queda ver en los expedientes anónimos –suspiro con derrota el director de aquel hogar buscando un libro en su estante. — sucede que aquí también llegan personas con bebes recién nacidos o pequeños a los cuales se encuentran en la calle, muchas veces no se saben los nombres de ellos y llegan como anónimos, luego aquí se les registra un nombre — explico aquel hombre sacando por fin uno de sus libros y dejándolo en el escritorio. — este es el libro de los niños registrados como anónimos de hace cuatro años, no tienen sus nombres de registro aquí, la única forma de que puedan identificarlo es por medio de la foto que tenemos, ¿podrán? — pregunto algo dudoso aquel hombre quien seguía con la mirada fija en el azabache para luego verlo asentir.

Abrió el libro, era enorme, más de 200 niños, cada uno con su respectiva foto y la fecha de ingreso. Foto por foto, ninguno se acercaba a lo que el recordaba como su hijo. Habían pasado cuatro años, pero sabía que en su memoria aquel pequeño bebe no podía haber sido olvidado.

Percibieron los ojos del azabache agrandarse de par en par. Las fotos de un pequeño bebe, en una salía dormido arropado con aquellas mantas que el reconoció tan bien, ¿Cómo no si el mismo se las había dado?, y en la segunda sus ojitos negros mirando a la carama con inocencia mientras lucia su cabello rojo. No podía estar equivocado, él era, allí estaba su niño.

—Gabriel — susurro apenas el azabache tomando la foto en que el pequeño salía con sus ojos negros abiertos. — él es, este es, Gabriel, no puedo equivocarme — volvió a hablar el Maxwell con una mueca de felicidad, aquella foto le había devuelto la esperanza de ver a su pequeño con vida, sano y salvo.

—Este niño… —susurro, intentaba hacer memoria el hombre quien había tomado la otra foto mirando a ese niño, de entre tantos, aun así, le reconocía de alguna parte.

—Ya lo recuerdo — comento el director dejando la foto en el escritorio— no recuerdo el nombre de este pequeño, el ya no está en este orfanato

—¿lo adoptaron? –pregunto el Maxwell con un hilo de voz en la garganta, el tan solo hecho de pensar en esa posibilidad le apretaba el estómago como nunca nadie se podría imaginar.

—No –respondió el director haciendo que el Maxwell pudiera respirar un poco más tranquilo, más aun así no estaba tranquilo.

—¿entonces qué fue lo que sucedió con él? –pregunto el rubio viendo que su amigo no estaba en condiciones óptimas para hablar, más aquel sujeto solo suspiro levantándose de su escritorio y asomándose por la ventana que curiosamente daba al patio de recreo de los niños de aquel hogar.

—Hace cuatro años yo tome el mandato de este hogar y lamentablemente tan solo dos meses después… este lugar se incendió, no quedo nada de él más que sus cimientos, en ese entonces muchos murieron, tuvimos a varios heridos y después de eso, muchos más salieron del orfanato — explicaba el director haciendo que el estómago de ambos hombres, el rubio y el azabache se apretara. — No se preocupen, el no murió — acoto el sujeto mirando con una tenue sonrisa a ambos sujetos que, aunque estaban más tranquilos aun tenían el estómago apretado—

—Sin rodeos, dígame porque mi hijo no está aquí –casi ordeno el azabache, sus nervios estaban de punta, realmente necesitaba saberlo o explotaría allí mismo.

—La edad mínima para salir del orfanato es a los 18 y la máxima a los 20, en ese entonces varios se fueron, pero a este niño en especial se lo llevo una de las chicas que salió en aquel entonces, se podría decir que lo adopto, pero realmente se lo llevo por el mucho cariño que le había tomado a este pequeño, no recuerdo sus nombres, apenas los conocí y nunca más les he visto, es todo lo que les puedo decir — expreso con su más sincero pésame el director mirando a los niños que jugaban a través de ese ventanal y luego dirigiendo su vista hasta aquellos hombres que por fin parecían poder respirar tranquilos.

—Gracias por la información director Spencer –expreso el rubio con una tenue sonrisa, por fin habían dado con algún indicio de aquel niño por el que el azabache había sufrido tanto esos últimos años.

—Si se algo se los hare saber –expreso con una sonrisa el director sentándose nuevamente en el escritorio, si bien no pudo ayudar mucho, sentía que en algo alivio la carga de ese hombre de cabello negro quien aún no expresaba palabra al respecto.

—Tranquilo Frank, lo encontraremos, al menos sabemos que esta con alguien que le ha estado cuidando bien –encontró el lado positivo el rubio tratando de animar un poco a su amigo quien de todas formas mantenía la cabeza gacha.

—Si, al menos se que está vivo, Jhon… ¿crees que…? –dejo incompleta la pregunta al momento de que el rubio le interrumpió como solía hacerlo, mas esta vez, sin gritar.

—No pierdas la esperanza hombre, estoy seguro que le volveremos a ver, lo encontraras hombre ya falta lo menos –sonrió el rubio haciendo sonreír, aunque quedadamente al Maxwell quien se colocó de pie.

—vamos a Londres, no tenemos nada más que hacer aquí –afirmo el azabache luego dirigiendo su mirada al director de aquel lugar— de todas formas, gracias por la información, me ha quitado un peso de encima el saber que está bien hasta donde usted sabe –agradeció de forma fría pero sincera mirando a aquel hombre que negó con la cabeza dándole a entender que no había sido nada.

—Vamos a Londres Frank, allá le seguiremos buscando –apoyo el rubio al Maxwell quien solo asintió.

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