31. Quédate

Una suave melodía la recibió al entrar; también olía a esencia de mandarina. Se quitó la chaqueta que llevaba puesta esa noche y la colgó en la entrada, ingresó nerviosa, más de lo que acostumbraba. Tenía el leve presentimiento de que esa sensación nunca desaparecía, no cuando saber que lo vería seguía provocando ese aleteo de mariposas en su interior.

Sentado fuera, en una pequeña terraza que daba con el exterior, la escuchó entrar. Ya había visto la camioneta de Leandro acercarse a lo lejos, así que esperó allí, impaciente; todo adentro estaba preparado para recibirla.

Bebió un tragó y se incorporó; sonriendo como un niño al verla vestida así, fresca y ligera, sin exageraciones ni pretensiones. Llevaba puesto un jean un tanto suelto y una camisita que enseñaba su escote en forma de V, nada atrevida pero sí un poco coqueta, tierna, infantil. Le gustaba.

Se asomó con las manos metidas dentro de los bolsillos de su pantalón; ella aguardaba en la mitad del salón, observando cada cosa en
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