27. ¿Estás escapando de mí?

Pese a su gran esfuerzo por permanecer indiferente antes la situación, no lo logró muy bien, de hecho, se le dio pésimo.

Cristo se había encerrado en su despacho con esa mujer hacía ya media hora y su cabeza no dejaba de dar vueltas a todo lo que allí probablemente estuviese sucediendo. Primero se escuchaban risas y luego silencio… un silencio que comprometía muchísimo y la hacía arder por dentro.

Ah, ¿qué le pasa? Era evidente que él no tenía ese tipo de encuentros solo con ella, no era la única a la que le hacía el amor de una forma jamás contada, experimentada, y aunque eso lo tenía bastante claro y había aceptado tal acuerdo sin quejas o reclamos, no pudo evitar esa descarga de adrenalina que estaba recorriendo su sistema en ese preciso segundo.

Pasados unos minutos, la puerta del despacho se abrió. Ella lo supo porque llevaba todo ese rato en el salón principal con Salomé.

— Prometo que voy a compensarte — escuchó decir a esa mujer con voz seductora.

— No te preocupes, vamos — él
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