Me vestí a conciencia.
Debía estar seria y presentable si nos enfrentaríamos a esas malditas sanguijuelas. Falda negra hasta el muslo y camisa azul a rayas blancas, me acomodé el escote, de botones abiertos.
Tenía la cabeza zumbante, no pude dormir mucho, pensando en lo que estaba pasando.
Escuché la ducha cerrarse y después, Nicholas salió con un albornoz enredado en su cintura y el agua escurriéndole por el pecho. Caliente. Ahg, no podía quitar los ojos de encima de ese hombre tan... tan caliente.
Me miró y bajó la vista con una sonrisa ligera.
—Si me miras así no saldremos a tiempo para ir a la oficina.
—Tienes la culpa —si yo y mi gran bocota —, eres demasiado sexy para mis ojos.
Soltó una carcajada y negó con la cabeza.
—Me harás sonrojar, preciosa —después frunció un poco el ceño y se sentó en el borde de la cama —, entonces...
Me giré hacia el tocador para colocarme el labial.
—Entonces—lo miré a través del espejo, arqueándole una ceja.
—No respondiste a mi pregunta