Capitulo 11. La Noche del Prisionero
Elena, la gobernanta, me observaba, su rostro inexpresivo. Su pregunta —"¿Necesita ayuda para desvestirse?"— no era una cortesía, sino una afirmación. Una invasión. Su presencia misma era otra capa de esta jaula de oro. Sentí el pulso martillear en mis sienes.
—No —respondí, mi voz más firme de lo que me sentía—. Puedo hacerlo yo misma.
Ella asintió levemente, un gesto casi imperceptible que no denotaba ni sorpresa ni decepción, solo una aceptación mecánica. Se movió hacia el armario, sus manos expertas empezaron a organizar las prendas que yo había apenas tocado. Cada doblez, cada percha, era colocada con una precisión casi robótica. No había calidez en sus movimientos, solo una eficiencia fría y abrumadora que hacía que su servicio se sintiera como una vigilancia.
—¿Cuánto tiempo lleva trabajando para el señor Lombardi? —pregunté, mi voz buscando cualquier grieta en su fachada. Necesitaba una rendija, una señal de humanidad, algo que pudiera usar.
Elena detuvo su tarea por un instan