Lana, que se siente algo incómoda, no puede evitar alejarse y darle la espalda. Era una miserable. Él la había esperado, a pesar de todo, y ella, en cambio, lo había traicionado. Era inevitable que no se sintiera cómo la peor de las mujeres.
—¿Lana, te pasa algo, mi amor? —Le pregunta de forma tan tierna y preocupada que mira al cielo y ruega tener las fuerzas para decirle la verdad.
—Tengo algo que decirte Felipe.
—Yo también.
—Lo mío es importante…
—Lo mío también. —Intenta hablar, pero él no la deja, preocupado por contarle lo que ha estado planeando. —He comprado una pequeña casa a las afueras de la ciudad, cerca a la playa, como siempre la soñamos. Apenas te divorcies nos iremos allí, y te haré la mujer más feliz del mundo…
—¿Qué? ¿De qué estás hablando? ¿De dónde sacaste el dinero para comprar una casa? —Le pregunta preocupada de que se endeudará por ella, pero esa pregunta es omitida.
—De que, quiero hacer las cosas bien contigo, Lana. —Sac