—No confíes en nadie que sepa tu nombre completo —dije, con el teléfono en la mano, leyendo una carta anónima que habían deslizado bajo la puerta del club, dirigida a mí.
"Oscuridad Consentida no fue solo un título. Fue una confesión. Y no todos están listos para perdonar."
No tenía firma. No tenía remitente. Solo eso. Un papel grueso, con letras recortadas de periódico, como en las películas. Pero eso no era lo que me inquietaba. Era el perfume. Uno que reconocía demasiado bien.
Vincent lo olió también. Lo sostuvo unos segundos entre los dedos y murmuró con la mandíbula tensa: