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El Enigma del Anfitrión

El sonido de mis propios latidos retumbaba en mis oídos mientras el hombre en el escenario se regodeaba en el silencio, disfrutándolo como quien saborea el último sorbo de un vino exquisito. Sus movimientos eran deliberados, calculados, como si cada paso estuviera milimétricamente diseñado para enloquecer a la audiencia. Y funcionaba.

Porque, demonios, a ese hombre se le daba demasiado bien eso de jugar con los nervios ajenos.

—Bienvenidos al Club de Medianoche —su voz era una caricia oscura, una promesa envuelta en terciopelo—. Aquí, no existen límites. Solo posibilidades.

Me recorrió con la mirada, sin disimulo. Directo. Intenso. Lo suficientemente descarado como para que me removiera en el sofá, tratando de no darle el gusto de ver cómo su inspección me afectaba. Pero, para ser honesta, la forma en que sus ojos se quedaban en mí, como si ya me hubiera reclamado como suya sin preguntar, me despertó una emoción que no supe si era placer o advertencia.

—Esta noche —continuó—, será especial. Algunos encontrarán respuestas. Otros, preguntas. Pero todos, sin excepción, recordarán por qué están aquí.

Oh, qué bonito. Filosofía barata servida en una bandeja de oro.

El público respondió con un aplauso ceremonioso. Pero yo apenas podía concentrarme en las palabras. Todo en él exudaba poder. No del tipo que se impone con gritos o fuerza bruta, sino de ese que es tan evidente que no necesita anunciarse.

"¿Quién demonios es este hombre?", pensé, sintiendo un cosquilleo extraño en la nuca.

Cuando terminó su pequeño show de "soy el amo y señor del misterio", bajó del escenario con la misma calma estudiada. Lo rodeaban asistentes como si fuera la realeza encarnada. Pero, a pesar de eso, su mirada volvía a mí de tanto en tanto, con una intensidad que se sentía como un reto.

"Tranquilo, Casanova, no soy tan fácil."

Mientras le daba otro sorbo a mi copa, perdida en mis pensamientos, una voz profunda me sacó de golpe de mi burbuja.

—¿Disfrutando de la noche?

Me giré y ahí estaba él.

"Pero qué velocidad, amigo. ¿Teletransportación incluida en el paquete de encanto peligroso?"

Estaba más cerca de lo que hubiera esperado, tan cerca que el aroma discreto pero embriagador de su perfume me envolvió. Y sus ojos… bueno, sus ojos eran de los que hacían que una mujer inteligente tomara decisiones estúpidas.

—Supongo que depende de cómo definas "disfrutar" —respondí, alzando una ceja con fingida indiferencia.

—Interesante respuesta —su boca se curvó en una sonrisa, aunque sus ojos seguían inescrutables—. Aunque me pregunto si esa curiosidad que se te nota tanto también se aplica a los riesgos.

—Eso depende del riesgo —le sostuve la mirada, tomando un sorbo pausado de mi champán—. ¿Tú qué crees?

—Creo que eres de las que no se detienen ante nada cuando quieren algo —se inclinó apenas, su voz un susurro conspirador—. Pero también creo que no tienes idea de lo que acabas de encontrar.

Mi respiración se cortó por un instante.

"¿Era mi imaginación o había una advertencia en sus palabras?"

Pero la adrenalina ya había hecho su trabajo. Y si él pensaba que eso me haría retroceder, es que no había leído suficiente sobre mujeres testarudas.

—Entonces, ilúmíname —lo desafié, cruzando las piernas con calma fingida.

Su sonrisa se amplió un poco más, pero su expresión no perdió ese matiz de peligro.

—Te lo mostraré. Pero no ahora. Este lugar no es para explicaciones. Es para experiencias.

Tomó mi copa de champán, la dejó sobre la mesa con un gesto casual y extendió la mano.

—Ven. Hay algo que quiero enseñarte.

Ok, Havana. Momento decisivo.

Podía decirle que no. Levantarme, largarme y olvidarme de esta locura. Pero, por supuesto, mi sentido común era más bien un rumor lejano en mi cabeza.

Tomé su mano.

Su piel era cálida, su agarre firme, y el leve roce de sus dedos envió un escalofrío que se deslizó por mi columna vertebral como un rayo. Me guió por un pasillo discreto, alejándonos del bullicio. El tipo de pasillo que en cualquier película de terror gritaría "mujer, no entres ahí".

Pero yo no era de las que se echaban atrás cuando había un misterio de por medio.

El guardia en la puerta nos dejó pasar sin decir una palabra, y entramos en una habitación completamente distinta al resto del club. Más íntima. Paredes cubiertas de arte moderno, sofás de cuero estratégicamente ubicados, y una mesa de cristal en el centro con una botella de licor oscuro que no reconocí.

—Este lugar no está en el mapa del club —murmuré, mirando alrededor.

—No todo tiene que estar en un mapa para existir —respondió, sirviendo dos copas y pasándome una—. Algunas cosas son solo para quienes saben dónde buscar.

El licor tenía un sabor fuerte, con un toque ahumado que se quedó en mi lengua. Pero fue su mirada la que realmente me embriagó.

Se sentó frente a mí, apoyando los codos en sus rodillas mientras me observaba con esa intensidad que no me dejaba escapar.

—Dime, Havana —su tono fue más bajo, más íntimo—, ¿qué es lo que realmente buscas?

La pregunta me tomó por sorpresa.

"Buena pregunta."

Inspiración. Escape. Algo que llenara ese vacío que había sentido desde hacía demasiado tiempo. Pero mirándolo a él, peligroso y fascinante a partes iguales, me di cuenta de que también buscaba otra cosa.

Lo miré directamente a los ojos, sintiendo que las palabras salían antes de poder detenerlas.

—A ti.

Su sonrisa se ensanchó, y en sus ojos brilló algo oscuro, algo que era tanto una advertencia como una invitación.

—Entonces prepárate, Havana —su voz se deslizó como un veneno dulce—. Porque lo que has encontrado, puede que sea mucho más de lo que esperabas.

Y, por primera vez en mucho tiempo, sentí que no era yo la que tenía el control.

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