Mía alargó la mano con los ojos cerrados y se levantó de golpe cuando no encontró a su hijo.
Aquello hizo que Leo se incorporara también de un tirón, como si lo hubieran abofeteado, y los dos miraron al centro de la cama donde había una hoja blanca escrita en grandes letras con marcador rojo:
«Hoy los tíos van a cuidar a Liam.
Ustedes descansen.
Sam y Guido»
Mía se dejó caer boca arriba en la cama de nuevo y suspiró de alivio mientras escuchaba a Leo reírse. Giró la cabeza hacia él y apretó los labios para aguantar la carcajada. Ella achicó los ojos y se miraron con desconfianza por un segundo, evaluándose.
—¿De qué te ríes? —le preguntó Leo.
—¿De qué te ríes tú? —respondió ella haciendo una mueca infantil.
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