Debían ser cerca de las dos de la madrugada cuando Mía llegó a la caseta de seguridad que rodeaba la casa de sus padres. Arrastraba las piernas porque ni siquiera las sentía, y agradeció en el alma que fuera Bruno quien estuviera de guardia esa noche. Era uno de los más jóvenes del equipo de seguridad y en los cuatro años que llevaba al servicio de sus padres había demostrado que aparte de ser leal también era discreto, especialmente en lo que se refería a ella.
Bruno le había tapado fiestas, conciertos, escapadas con las amigas y llegadas tarde, así que podía confiar en que no abriría la boca para contarle a sus padres que había llegado ni en qué estado lo había hecho.
—¡Señorita Mía! ¿Qué pasó…?
—Estoy bien… estoy bien, Bruno, no te preocupes, solo estoy mu