CAPÍTULO 18. NO TIENES QUE CASARTE

Mía abrió los ojos cuando la claridad se hizo demasiado incómoda como para seguir durmiendo. Su mirada tropezó con el techo transparente y los copos de nieve que se arremolinaban sobre él. Giró la cabeza y se encontró con el rostro apacible de Leo. Toda la tensión, toda la rabia y la impotencia habían desaparecido de su expresión.

Recordó aquellas palabras que había pronunciado antes de salir con ella del jacuzzi: «Me conformaré con ser el último». ¿Eso qué significaba exactamente?

Cerró los ojos un momento para no pensar. No podía darse el lujo de empezar a hacerlo en ese momento. Estaban escapando de su realidad y lo sabía. Que se terminaría tarde o temprano lo sabía también. Y que sería un escándalo de proporciones épicas si alguien llegaba a enterarse, eso era m&aacut

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