62. ¿Y qué ganaré yo?
El ruido del metal rompiéndose estremeció el lugar. Livia miró con horror la destrucción en la que quedó el auto. Salió y corrió hacia el vehículo estampado contra la columna.
—¡Zaria, llama una ambulancia! —gritó al ver el cuerpo del hombre atrapado entre los escombros.
El olor del polvo, humo y gasolina llenó el estacionamiento. Livia quería acercarse más, pero Zaria no se lo permitió. La tomó del brazo y la sacó de ahí.
—Hay que ayudarlo —dijo, viendo la sangre que salía a borbotones de la frente del tipo.
—Deja que los paramédicos se hagan cargo —dijo. Ella era enfermera, pero no se atrevió a intervenir.
Para sacar al hombre de los hierros retorcidos, se necesitaba equipo especializado. Y no le quedaban nada claras las intenciones del hombre. No sabía si había perdido los frenos o si se había arrepentido en el último minuto. Zaria podía jurar que se dirigía con toda intención y alevosía hacia ellas.
El lugar pronto se llenó de gente, las sirenas de la policía