Nos habíamos escabullido a la laguna que había encontrado días atrás mientras buscaba algunas hierbas medicinales para el dolor de estómago de Christian. Mi dulce Rosy reía como niña de lo feliz que estaba y yo solo me quedaba admirando su hermoso rostro como el tonto enamorado que era.
—Esto realmente es hermoso.
—Estoy absolutamente de acuerdo contigo—digo sin quitar mi vista de ella.
—Ya deja de mirarme.
—No quiero.
Tomados de la mano, nos instalamos bajo un hermoso roble, aprovecho de soltar su mano para colocar la manta que había traído y una vez lista, ella se sienta y coloca las cosas que estaban en la cesta, no era mucho, pero se sentía tan natural, como si siempre lo hubiéramos hecho.
—No sé cómo hiciste para conseguir todo esto.
—El mago no puede decir como hace sus trucos, solo disfruta de este pequeño festín.
La verdad es que le había pedido ayuda a mis amigos y estos, gracias al amoroso de Lauren, consiguieron algunas cositas para poder aprovechar de sacar a pasear a mi pequeña ninfa.
Me acerco a ella y tomo su carita de muñeca para plantarle un beso en esos hermosos labios. Al principio nace como algo dulce y sin ninguna intención más que decirle todo lo que siento por ella, pero mi ninfa es una experta y comienza a apoderarse de mis labios transformando el beso en uno posesivo y excitante.
Sus delicadas manos delinean mi torso y con una tranquilidad imperturbable me despoja de mi camiseta, siento el cosquilleo que provoca en mi cuerpo, cuando comienza a dar suaves besos húmedos en mi cuello y las ganas de hacerla mía me superan.
La vuelvo a besar como si de mi vida dependiera el probar del elixir de sus labios y ella se deja llevar. Nos separamos por falta de aire y chocamos nuestras frentes intentando acompasar nuestra respiración y los latidos de nuestros corazones.
Nos entregamos al momento y por primera vez la hago mía.
—Eres mía, solo mía, mi ninfa—digo mordiendo su labio inferior. Termino de sacarme la última prenda y me deleito con su piel cremosa y nívea, me coloco entre sus piernas y acerco mi miembro deseo de ella a su entrada, la que me recibe como si fuera un guante hecho a la medida.
Nuestros cuerpos se mueven al compás de nuestros deseos, mi miembro entra en ella y se acopla a su interior de una manera tan placentera que creo que voy a estallar de inmediato, por lo que me contengo y la miro a los ojos.
—Eres tan hermosa, mi ninfa.
—No soy una ninfa, soy una mortal que siente que el mundo se tambalea al tenerte frente a mí.
Continuamos en aquella danza ancestral llevados por el deseo y la pasión, mientras mi boca devora la suya y mi lengua imita lo que hace mi miembro en su vagina, con una de mis manos bajo hasta nuestra unión y comienzo a acariciar ese botón delicioso que está inflamado por los embistes de mi cuerpo. Ella suelta fuertes gemidos y yo gruño como si fuera un animal devorando a mi presa. Nuestra respiración se entrecorta y siento como sus paredes me aprisionan hasta que me entierra las uñas en la espalda y muerde mi hombro para contener el grito de su propia liberación. Me muevo como un loco al sentir los espasmos de su cuerpo y con un gruñido que sale desde el fondo de mi ser, me libero dentro de ella…
Había pasado las dos mejores semanas de mi vida junto a preciosa ninfa, aunque lo nuestro fuera “a escondidas”, pues ella me lo había pedido y claro, estaba tan enamorado que accedí de inmediato, sobre todo por el tal Hudges, pero sabía que ya no estaban juntos.
Lo había visto con mis propios ojos ese noche en la fogata, el tipo se había emborrachado y se puso un tanto cargoso con ella, mi ninfa le había dado una bofetada delante de todos y le dijo que ya no quería saber más de él. Los siguientes días, se la había pasado junto a nosotros para alejarse de ese tipo y al final de esta actividad había aceptado salir conmigo.
Ahora, henos aquí a los dos, disfrutando del hermoso paisaje, desnudos y comiendo un trocito de queso Brie con galletas saladas y jugo de naranja.
—¿En qué piensas?—me pregunta, mirando al cielo raso.
—En lo afortunado que soy de haberte conocido.
—Eres todo un poeta.
—Por ti, bajaría las estrellas…—digo besando sus hermosos labios, mientras ella se ríe de mí.
—Y cursi.
Ambos reímos, coloco mi cabeza en su estómago y apunto mi mirada hacia donde está viendo.
—Esa parece un conejito —le digo indicando una de las pocas nubes que se ven en el cielo.
—Más parece una vaca— frunce el ceño y luego se ríe al ver mi cara de espanto—. Naaaa tienes razón, parece un hermoso y pomposo conejo blanco.
—Te amo—digo de la nada, levanto mi cabeza y la veo, ella abre sus ojos de la impresión —. Lo hago desde que te vi, así que no te asombres, mi ninfa.
—Eres muy lindo, Aaron —dice, acariciando mi mentón, yo esperaba un “también te amo”, pero tampoco podía ser tan exagerado, puede que ella aún no sienta lo mismo que yo o por lo menos no con la misma intensidad, pero lo que me dice después me deja en estado de shock— Cásate conmigo, Aaron Connelly y hazme la mujer más feliz del mundo.
—¿Es en serio?—digo, levantándome de su regazo y colocándome frente a ella—¿De verdad te quieres casar conmigo?
—¿Y por qué no? La vida es corta y solo se vive una vez, pero… —se queda pensando y luego niega— Disculpa, creo que me extralimité, no me hagas caso.
—¿Estás loca? Por supuesto que me quiero casar contigo, mi ninfa, pero mis padres, mis amigos.
—Solo seamos tú y yo, no necesito nada más.