Por Louise Connelly
Al fin llegamos a Nueva York, las ruedas del tren de aterrizaje marcan que por fin estamos en tierra y a minutos de reencontrarme con mis seres queridos. Cuando bajamos del avión unos pequeños copos de nieve me cayeron en la nariz y me dio muchas cosquillas, todo era perfecto y sería mejor al tener a Shanny junto a nosotros.
En el aeropuerto, nos esperaba el amoroso de Rubén con su tremenda sonrisa de dientes blancos.
—Bienvenidos—nos saluda muy profesional y pidiendo nuestras maletas.
—Gracias, Rubén—decimos ambos con mi papito y nos subimos a la camioneta, mientras acomoda las cosas en la cajuela.
Cuando ya tomamos rumbo a la casa de la tía Vannah le cuento a Rubén que me acordé de todos y cada uno cuando estuve de compras con mi abuelita, así que también le había traído un humilde presente a él.
Él es tan amoroso, que sin verlo me lo agradeció y eso me hizo muy feliz. Luego fui viendo por las ventanas de la camioneta, me encantaba Nueva York, era una ciudad de g