El Cazador de Oro

La noche iba cayendo lentamente sobre nosotros, sentí esa sensación agobiante de querer que todo esto terminara de una buena vez. Y eso no me gustaba, yo no retrocedía. Los lobos comenzaron a acechar. Eran al menos veinte, de buen tamaño, con los ojos de color amarillo por tener visión nocturna. Mis ojos estaban acostumbrados a la noche, yo podía verlos sin problema alguno. Tomé aire, con los pies sobre la tierra y luego, cerré los ojos tratando de retornar a mi fe.

“Ella me espera.”

Pensé, un pensamiento que parecía sencillo. Cada una de esas palabras me daba un gran soplo de aire, como si no tuviera oxigeno y pensar en ella me lo devolviera. Quizás era el amor verdadero al que me negué por mucho tiempo. Aunque, quería olvidarla, yo sabía que detrás de esta maldita ciudad ella no me recordaría, no me amaría, que me dolería más que cualquier cosa. Yo sabía que los Omegas debían morir al final y no me movía tantas fibras como esperaba, quizás tuviera ya el corazón muerto y helado.

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