El castillo de Ghrand estaba envuelto en una atmósfera de emoción y expectación. Dolores había dado a luz a dos gemelos, un niño y una niña, después de un arduo pero milagroso parto. La noticia se extendió como el fuego por todo el reino, llenando los corazones de sus habitantes con júbilo y esperanza. Los gemelos Carter no solo eran herederos de un linaje noble, sino que también llevaban en sus venas la sangre de la realeza, un símbolo de unión y fuerza para el futuro del reino.
Dolores descansaba en su cama, pálida pero con una sonrisa de pura felicidad mientras sostenía a sus bebés en brazos. A su lado, Nicolas la miraba con admiración y amor, incapaz de contener las lágrimas al contemplar a su familia.
“Son perfectos,” susurró Dolores, mirando a sus pequeños. “Un niño y una niña… no podría haber pedido más.”
Nicolas acarició suavemente su cabello, inclinándose para besar su frente. “Eres increíble, Dolores. Has traído al mundo no solo a nuestros hijos, sino a dos nuevas esperanzas