Nunca pensé que el dolor pudiera transformarse en algo tan sagrado.
Horas. Perdí la cuenta después de la quinta. El tiempo se convirtió en un torbellino confuso de respiraciones cortadas, gritos ahogados y contracciones que me partían en dos. Había momentos en los que creí que me quebraría. En los que pensé que no podría hacerlo. Que mi cuerpo, después de sobrevivir a tantas guerras, no estaría hecho para esto. Para traer una vida al mundo.
Pero entonces lo escuché.
El llanto.
Ese sonido agudo, nuevo y tan poderoso que cortó el aire como un relámpago. Un llanto que no venía de