Caterine despertó con los primeros rayos del sol filtrándose entre las cortinas. Estaba recostada sobre su vientre, con el rostro vuelto hacia un lado. A diferencia de la última vez que se había despertado, recordaba muy bien dónde y con quién estaba, así como recordaba lo que había sucedido entre Corleone y ella. Su cuerpo no le habría dejado olvidarlo.
Giró la cabeza en dirección contraria, y una sonrisa iluminó su rostro al darse cuenta de que Corleone seguía a su lado. Él la observaba en silencio.
—Buenos días, dormilona —saludó él.
Corleone habría imaginado que Caterine no podría verse más hermosa, pero se había equivocado. Ella tenía el cabello desordenado y los labios ligeramente hinchados, lo que le daba un aire vulnerable y cautivador que lo dejó sin aliento.
—Buenos días, gruñón —respondió ella con la voz ligeramente ronca—. ¿Qué hora es?
—Cerca de las nueve.
A Caterine le sorprendió que fuera tan tarde.
—¿Llevas mucho tiempo despierto? —preguntó, acomodando la mitad de su c