LA SANGRE PESA MAS QUE EL AGUA

Afueras del Condado Lamarche, Gran Bretaña

Una candorosa pareja se entrelazaba en apasionados abrazos y besos, ignorando el intermitente aguacero que asolaba el exterior. La joven era una mujer de cabello rizado castaño, con un provocativo vestido rojo, y bastante atractiva. Su pareja era un joven de cabello negro y corto, con hoyuelos en sus mejillas.

—¿Escuchaste algo? —preguntó súbitamente la joven mujer, separándose de momento de las eróticas caricias de su compañero sentimental.

—No, nada.

—¿Seguro?

—Sí... continuemos —dijo reanudando el encuentro sexual. Sin embargo, los oídos de la joven percibieron un nuevo sonido extraño.

—¡Escuché algo! mejor vámonos de aquí...

—No seas tonta. Debes haber visto demasiadas películas de terror...

Pero las palabras del joven fueron interrumpidas, conforme el vidrio del vehículo fue quebrado por un bate de béisbol. Justo cuando el muchacho reaccionó por la agresión, una filosa hoz de tamaño mediano se adentró por la ventana y le rebanó el cuello, matándolo casi de inmediato.

—¡NO! —gritó la muchacha y salió del vehículo de inmediato. Del otro lado se encontraba el asesino de su novio. Un sujeto todo empapado, vestido con una andrajosa gabardina negra, con largos cabellos grises cayendo sobre sus hombros, una nariz ganchuda, facciones tétricas, con pómulos resaltados y mejillas demacradas, sus ojos eran diabólicos y su sonrisa, de dientes amarillentos y torcidos, resplandeció en cuanto observó a la joven.

La muchacha corrió en sentido contrario chocando contra un bulto pesado y cayendo al suelo, sobre el encharcado pasto. Un sujeto de dos metros de alto, con el rostro desfigurado en su lado derecho por alguna sustancia cáustica, y vestido con un overol, sonrió torpemente.

La joven se incorporó de inmediato huyendo a toda velocidad en escape frenético de los dos esperpentos. En medio de la torrencial lluvia, encontró un viejo granero abandonado como la edificación más cercana. Se refugió allí en busca de ayuda.

—¡Hola! ¡Hola! ¿Hay alguien? ¡Necesito ayuda! —dijo escurriendo agua, pero sin ninguna respuesta. Escuchó un extraño zumbido como proveniente de un montón de insectos, que retumbaba en una de las puertas laterales del granero, donde se guardaba la gramilla. Un hedor repulsivo se incrementaba conforme ella se aproximó, hasta que abrió la puerta de donde provenía el molesto ruido de zumbidos. Al abrirla, un cadáver en descomposición cayó parcialmente al suelo dispersando un enjambre de moscas que se alimentaban del cuerpo. Era el cadáver de una mujer joven, como ella, descuartizada. La joven ahogó un grito.

El estruendo de una puerta cerrándose le llamó la atención y se giró sobre su propio eje. El sujeto del cabello gris y la hoz entró al lugar, empapado también.

—Veo que encontraste a Marilyn —dijo— fue una de mis más recientes trabajos. Lo disfruté tanto. No se si disfruté más el matarla lentamente o todo lo que le hicimos antes. —La joven intentó correr, salir del lugar, pero fue aferrada por el monstruoso gigante, quien le sostuvo por el cuello y el vientre. —Observa —continuó el sujeto flaco abriendo varios gabinetes, dentro de los cuales habían aún cadáveres de hombres y mujeres en descomposición, todos mutilados y con evidencias claras de tortura.

—Bonita... —balbuceó el monstruo gigante acariciándole un pecho.

—Sí, sí, Tadeo —respondió el flacucho— ya tendremos tiempo para eso. Pero primero haremos otras cosas. Nos hemos ganado la lotería contigo, primor. Tadeo, encadénala y prepara las cosas, será una muy larga noche...

Incapaz de creer la espantosa pesadilla en que se encontraba, la joven sólo fue capaz de proferir un estentóreo alarido...

Tres años después...

Bajo una torrencial tormenta eléctrica, un vehículo conducido por cinco turistas se adentraba en el Condado Lamarche, una comunidad rural británica situada entre la frontera de Inglaterra y Escocia, donde alguna vez existió la ciudad de Hill Road, ahora un pueblo fantasma. El vehículo era conducido por un turista estadounidense llamado Jonathan West, lo acompañaban su novia, una joven argentina llamada Luisa Amiguetti, una pareja de hermanos británicos de raza negra llamados Ronald y Vanessa Gallard y un fornido joven británico al que se le conocía como Charles Dunnwich.

—Estamos perdidos ¿no? —recriminó Luisa observando la carretera rodeada por montasales.

—No. Sé bien donde estamos —aseguró Jonathan.

—Según el mapa hay un hostal a 300 yardas de distancia —aseguró Vanessa con su sonoro acento británico. —Por lo pronto no podemos llegar a nuestro destino, así que sugiero que pasemos la noche allí.

El vehículo llegó hasta las inmediaciones del Hostal Lamarche, donde aparcaron y entraron corriendo al local para evitar mojarse demasiado. El lugar estaba carcomido por dentro, con paredes viejas y desgastadas, así como una que otra cucaracha rondando el lugar. El ambiente dispersaba un pésimo aroma a podrido.

—Parece la casa de la Familia Munster —comentó Ronald— casi puedo ver a Herman Munster y su esposa Morticia...

—Morticia era la de los Addams —corrigió Luisa— la esposa de Herman era Lily.

Tocaron el timbre en la recepción varias veces hasta que al lugar llegó una atractiva mujer vestida con típicos ropajes de zona rural (blusa sin mangas, con tirantes y una especie de overol de pierna corta). La mujer debía tener menos de 30 años, tenía un cuerpo voluptuoso y ojos verdes, usaba el cabello corto y lacio que le cubría las orejas. Era bastante atractiva salvo por sus dientes ligeramente torcidos y con un tono un poco amarillento.

—Bienvenidos al Hostal Lamarche —dijo— ¿en que puedo ayudarlos?

—Necesitamos pasar la noche —adujo Ronald— previo a nuestro destino en Hampshire.

—Pueden pasarla aquí entonces. ¿Cuántas camas necesitan?

—Tal vez deberíamos ir a otro lugar —dijo Luisa a su novio— algo me da mala espina.

Sin embargo, la recepcionista sonreía seductivamente a Ronald, y eso bastó para inclinar la decisión de éste. Cuando los cinco turistas conferenciaron, tanto Charles como Ronald deseaban quedarse en el Hostal Lamarche, impulsados seguramente por sus ímpetus sexuales. Mientras que Vanessa y Luisa optaban por irse. El voto decisivo era de Jonathan quien, en teoría, no estaría incitado por los avances eróticos de la recepcionista pues tenía a su novia al lado. No obstante, y aduciendo que tomó la decisión por un asunto práctico, Jonathan votó a favor de quedarse en el Hostal.

—De acuerdo —dijo la recepcionista llevándolos hacia sus habitaciones— son cinco euros por habitación. Les daré tres cuartos; uno para la pareja de novios, otros para los dos caballeros, y uno solo para la joven negra.

—Me llamo Vanessa

—Disculpe

—¿Cuál es tu nombre? —consultó Charles a la recepcionista del Hostal.

—Ángel.

—¿Ángel? —respondió Charles— que nombre tan original.

—Ángel Lamarche —sentenció la joven, como si hubiera algo misterioso en su apellido.

Escucharon la risa como cacareo que provenía de una habitación oscura.

—Ignórenla —dijo Ángel— es la Abuela. Está algo loca...

Jonathan se asomó curioso y contempló a una anciana en silla de ruedas, llena de granos, azotando con una sartén al aire en medio de risas grotescas.

Mientras caminaban hacia las habitaciones, Vanessa se asomó por uno de los viejos ventanales azotados por la lluvia. Un relámpago iluminó brevemente y la joven se sobresaltó al contemplar una siniestra figura detrás del vidrio observándolos embobado. Se trataba de un hombre viejo, de unos 50 años, panzón y con larga barba gris.

—Descuide —dijo Ángel Lamarche aproximándosele— es el Sr. Ludicrus, el jardinero y conserje. Es empleado del hotel.

—Hola —dijo el lúgubre sujeto adentrándose al edificio y escurriendo agua. Los pocos dientes que tenía eran verdosos.

—Ho... hola... —dijo tímidamente Vanessa.

—No había visto una negra en muchos años. No hay muchos de su tipo por acá. Es usted bonita... para ser negra...

—Gracias —dijo la aludida molesta por los comentarios raciales. —Prosigamos, por favor.

Un sueño incómodo, repleto de pesadillas incongruentes asoló a Vanessa esa noche. Recuerdos desagradables de su infancia se entremezclaron con escenarios falsos de torturas y maltratos que nunca habían ocurrido, al lado del rostro grotesco de Ludicrus.

Vanessa se despertó asustada cuando, a las doce de la noche, tocaron la puerta de su cuarto.

Con gran preocupación se acercó a la puerta, temerosa de que fuera Ludicrus y preguntó titubeante:

—¿Qui... quien es?

—Soy yo, Charles.

—¿Qué quieres? —dijo abriendo la puerta, el muchacho estaba sosteniendo sus cobijas y almohadas.

—Tu hermano recibió la visita de un ángel nocturno, y no me dejan dormir.

—¿Quieres decir que Ronald y esa zorra recepcionista están revolcándose juntos?

—Sí. Eso es lo que se llama “el toque de un ángel” ¿no? En todo caso, quisiera dormir y créeme, es difícil en mi habitación. ¿Puedo dormir contigo? Seré un caballero.

—Sí, sí. Adelante. Pero recuéstate en el sillón.

Mientras esto acontecía, Jonathan y Luisa hacían el amor. La espalda de Luisa se erizó y se sintió forzada a observar hacia atrás, hacia la fría y carcomida pared.

—Me siento observada —adujo en medio del acto.

—Es tu imaginación —argumentó Jonathan interesado en continuar, sin sospechar honestamente que la mirada indiscreta de Ludicrus se posaba en ambos por medio de un agujero en la pared observándolos desde una tétrica habitación aledaña, la cual estaba teñida de sangre.

La mañana siguiente llegó. Jonathan se despertó con la desagradable sorpresa de que su vehículo había sido robado.

—¡Maldición! —vociferaba furioso— ¡Maldita sea! ¿Cómo pudo pasar eso? ¿No tienen seguridad en éste hostal?

—Somos un local pobre —respondió Ángel.

—No es su culpa —dijo Ronald como defendiéndola— ella no tiene que cuidar tu auto.

—Bastó con que te abriera las piernas para que la defendieras tanto... —murmuró Jonathan.

—¿Cómo? ¿Qué dijiste...? —respondió molesto Ronald y le proporcionó un empujón.

—No se peleen —medió Luisa— no es el momento...

—Mi auto era un mercedes benz —alegó Jonathan— es una pérdida bastante sensible.

—Llamaré a mis primos Ezequiel y Tadeo, tiene una camioneta y pueden ayudarlos. —Ofreció Ángel.

—Si no hay más remedio... —dijo Jonathan.

Los primos de Ángel tardaron muchas horas en llegar, y para cuando llegaron estaba anocheciendo. Eran dos sujetos bastante desagradables; uno flaco de nariz larguirucha y con largos mechones de cabello negro, y otro de dos metros con la mitad del rostro desfigurado como por ácido o fuego.

—Yo no quiero ir con ellos... —dijo Vanessa desconfiada.

—Vamos... —animó Charles— no tenemos mucha opción. A menos que quieras quedarte con Ludicrus.

Vanessa contempló hacia atrás y vio al viejo Ludicrus sentado de cuclillas en el jardín, mirándola de forma desagradable. Se le erizó la piel.

Viajaban los cinco turistas en la camioneta de Ezequiel y Tadeo Lamarche con rumbo a la anhelada seguridad de la ciudad. Lo cual no parecía fácil de lograrse.

Jonathan y el flacucho Ezequiel se sentaron en los dos asientos delanteros. Todos los demás iban atrás. Los turistas estaban algo incómodos por la escalofriante presencia de Tadeo.

—Eres yanki, ¿verdad? —preguntó Ezequiel a Jonathan.

—Sí.

—Veo que usas un reloj de oro rolex. Debes de tener mucho dinero.

—Me va bien.

—Se nota, especialmente con esa novia tan hermosa que tienes. ¿Es mexicana? ¿Era tu sirvienta?

—Es argentina, y no.

—Ustedes los yankis se creen los dueños del mundo. Hasta se atreven a cogerse a las mujeres de otras naciones. Pero debo admitir que ella es una preciosura. Debe de coger muy bien.

—¡Ya cállese! —reaccionó Jonathan molesto. —Sea más respetuoso.

—¿Te crees muy especial porque eres un niño rico de ciudad, no? ¿Y crees que puedes venir aquí a molestar a los pobres campesinos como nosotros?

—Jonathan, no lo molestes —alegó Ronald— discúlpelo Sr. Lamarche, se encuentra bajo mucha presión. Les agradecemos mucho la ayuda... Les pagaremos bien...

—¿A dónde nos trajo? —preguntó Vanessa alarmada.

—A la Casa Lamarche, ¿a dónde más? Aquí se divertirán de lo lindo.

—¿Qué? —preguntó Jonathan molesto y abrió la puerta del vehículo para salir topándose con el viejo Ludicrus apuntándole con una escopeta. Al mismo tiempo Jonathan extrajo un revólver de la guantera y Tadeo un cuchillo.

Los cinco turistas fueron obligados a salir de la camioneta. Afuera se encontraba también Ángel, pero vestida con un traje de sadomasoquista y armada con una sierra eléctrica.

—¿Qué quieren de nosotros? —preguntó Vanessa abrazando a su hermano.

—¿No lo entienden? —respondió Charles— son una familia de psicópatas. Seguramente engañan a turistas y los llevan hasta su hotel para luego secuestrarlos y perpetrar una serie de abusos sexuales, torturas y eventualmente, asesinatos.

—¿Cómo sabes tanto...? —preguntó Jonathan desconfiado.

—Porque yo soy parte del plan —dijo Charles— mi verdadero nombre es Charles Lamarche. Primo de los chicos. Ya conocen a toda la familia, el tío Ludicrus es el padre, Ezequiel es el hijo mayor, Tadeo el del medio y Ángel la menor. Ah, y no olviden a la Abuela.

La anciana maniática se carcajeaba desde adentro de la casa, observando por una ventana.

—¡A jugar! —dijo Ángel activando su sierra eléctrica.

Tres días después

—El destino te dio una lección, Jonathan West —decía Charles mientras se probaba el reloj dorado. Jonathan estaba atado a una silla con sangre brotando de la comisura derecha de su boca y de sus fosas nasales, así como con profundos hematomas en su cara. Su ojo derecho había sido cerrado a golpes y le habían sacado varios dientes. —Un tipo rico y egoísta como tú, que no comparte nada. Ahora se ha visto forzado a hacerlo. Compartiendo su automóvil de lujo, su ropa cara, su buen whisky —dijo mientras tragaba algo del licor que sustrajeron del equipaje de Jonathan— y por supuesto, compartiendo a su linda novia. Mis primos y yo nos hemos divertido de lo lindo con ella. Aunque la negra no ha estado nada mal tampoco.

¿Sabe lo que sucedió con la tía Melinda, la esposa de tío Ludicrus? Tío Ludicrus la mató a golpes hace diez años frente a sus hijos adolescentes porque un día se levantó de mal humor. Pobre estúpida. Era la esposa, y la sobrina de Ludicrus. Desde entonces el tipo sólo ha podido… solventar sus necesidades sexuales... con su hija Ángel y con las turistas estúpidas que encontramos. Es un hombre muy solitario.

—Eso es... asqueroso...

—Y no es todo. Fue el propio Ludicrus el que desfiguró a Tadeo con ácido de batería una vez. Es un tipo severo. No tienes idea de la clase de castigos que aplicaba a sus hijos. ¿Sabías que tuvo cinco hijos? Dos no sobrevivieron a sus castigos. Claro que desde que me uní a ésta rama de la familia Lamarche hace dos años es como un padre adoptivo para mí. Tal vez ahora comprendas mejor el porqué de nuestras acciones. El porque te hemos estado torturando durante días. Ahora, continuemos, ¿en que diente estábamos? —preguntó extrayendo un alicate enorme e incrustándoselo en su boca para extraerle piezas dentales en medio de sus desesperados gritos.

Una semana después...

—Siempre me gustaron las chicas como tú —decía Ángel ataviada con un provocativo leotardo de terciopelo, dialogando con Luisa, quien estaba gravemente herida y tirada en el suelo, semidesnuda, con una cadena sobre el cuello. —A veces llego a quererlas como verdaderas hermanas. Especialmente desde que mi única hermana murió por los golpes infringidos por mi padre cuando tenía diez años. Ha sido duro, porque tuve que atender sola a papi y a mis hermanos. Por eso ustedes son un gran alivio. No es que no me guste ser fraternal, pero es bueno descansar. ¿Cómo perdiste la virginidad? ¿Eh? ¿Fue en medio de un acto sadomasoquista con látigos de cuero a los cinco años con tu papá igual que yo?

La anciana Abuela se carcajeaba observándolas.

—Escucha... —dijo Luisa tosiendo sangre— has... has sufrido mucho. No... dudo que... eres víctima igual... que nosotras... Podemos... ayudarte. Llevarte lejos de tu... familia... para que no... te lastimen... más.

—¿¡Estás loca!? ¡Pero si es eso lo que más me gusta! Y, a continuación, tendremos una breve sesión fetichista. Nada inusual, algunos latigazos, candelas calientes, quemaduras de cigarro, cortes con navajas de afeitar... créeme, te gustara. Eventualmente llega a gustarte... si lo sabré yo... —dijo mostrándole las cicatrices de quemaduras, cortaduras y latigazos.

—No te sientas mal —decían Ezequiel y Tadeo al infortunado de Ronald, atado desnudo a un árbol rasposo mientras le disparaban a la cabeza esquivándolo por milímetros. Mostraba evidencia de severas torturas. —Por ser negro. Todos tenemos defectos. Incluso un repulsivo simio como tú. Después de todo, tú te cogiste a nuestra hermana Ángel y ahora te devolvimos el favor con esa linda negra hermana tuya.

—Desháganse del negro, ¡ya! —ordenó Ludicrus mientras transitaba de paso.

—Sí, pa... —dijo Ezequiel. —Muere con el pensamiento de que no habrá nada que no le hagamos a tu hermanita. —Ezequiel derramó miel sobre Ronald, y luego alborotó un hormigueo cercano, para propiciarle una muerte espantosa.

Mientras esto acontecía, Vanessa se encontraba en el sótano de la Casa Lamarche, con los brazos encadenados a la espalda y desnuda. El frío, húmedo y sucio sótano había sido el escenario de su suplicio. Cerca de donde ella se encontraba, había una jaula donde una infortunada joven yacía desde hace tres años como un animal, sometida a las peores vejaciones y humillaciones, hasta que su mente se había sumido en la demencia absoluta. La joven, quien convivía románticamente con su novio en un automotor, hasta que fuera secuestrada por los Hermanos Lamarche, ahora temblaba constantemente con la mirada perdida en medio de la suciedad de la jaula.

—No... quiero... terminar... así... —se dijo Vanessa.

—Ustedes las negras —decía Charles Lamarche bajando las escaleras armado con alicates y punzones aptos para someterla a nuevas torturas— siempre me han llamado la atención. Con esos traseros voluptuosos...

—Bastardo... —murmuró Vanessa.

—Cuando era niño —decía Charles preparando los materiales para la sesión de tortura— me dedicaba a torturar animales pequeños. Y mi madre se dedicaba a torturarme a mí. A los 14 años me dedicaba a abusar sexualmente de niñas escolares. Por eso estuve internado en reformatorios y cárceles juveniles desde muy niño. Y créeme, las cosas que nos hacen allí dentro no distan mucho de lo que te hacemos aquí...

—¿Y con... eso justificas... ser un... monstruo? ¿Por el... hecho de que... te causaron... tanto dolor... ahora tú lo infringes... en otros?

—No busco ningún tipo de justificación. —Adujo Charles y comenzó a torturar a Vanessa con los artefactos terribles.

En medio de los gritos asoladores de la joven mortificada, una figura sombría penetró en el lugar. Bajando las escaleras del sótano sigilosamente, hasta aproximarse donde un Charles demasiado distraído por el marasmo de sadismo que protagonizaba. Tomó una herramienta metálica que yacía abandonada en el suelo y le propinó un contundente golpe en la cabeza, noqueándolo.

Había sido Luisa.

—¡Gracias a Dios! —clamó Vanessa— ¿Cómo escapaste?

—Golpeé incosciente al maldito Tadeo cuando estaba distraído mientras me violaba.

—Suerte que yo siempre estuve atento mientras disfrutaba tu cuerpo —dijo Charles desde el suelo, medio recuperándose del golpe.

Luisa le propinó una severa patada en la ingle a Charles, y luego le amordazó con algún trapo sucio del sótano. Liberó a la joven enloquecida y derramó gasolina por todo el piso mientras ella y una Vanessa ya vestida y recuperada subían las escaleras, para cerrar la puerta tras lanzar un fósforo encendido que inmediatamente incendió el suelo del sótano.

La joven enloquecida se alejó de ellas y la perdieron de vista. Cautelosamente, Luisa y Vanessa transitaron los siniestros pasillos laberínticos de la horrenda casona de los Lamarche. Asomándose por las rendijas, observaron que en una de las habitaciones se encontraban Jonathan, Ángel y la Abuela. El infeliz Jonathan estaba semidesnudo y tirado sobre el suelo, rodeado por un círculo de sangre y velas negras. Aparentemente, Ángel le cortaba el pecho con dos cuchillos afilados al tiempo que la Abuela canturreaba una letanía satánica, amortiguada por los gemidos de Jonathan.

A la habitación penetró Luisa y propinó una fuerte patada a Ángel en el rostro. La joven Lamarche se lanzó contra su atacante armada con los cuchillos, pero Luisa fue capaz de retener el ataque. Ambas se retorcieron en el suelo forcejeando fuertemente, al tiempo que Vanessa intentaba desatar a Jonathan. En medio de la lucha, Luisa fue capaz de someter a Ángel y desarmarla. Con la psicópata Lamarche bajo su cuerpo y sentada a horcajadas, Luisa comenzó a apalearle el rostro hasta dejarla inconsciente.

Es entonces que un disparo de escopeta pasó rozando la cabeza de Luisa y agujereó la pared. Quien disparó era la Abuela armada con una escopeta que continuó disparándole a Luisa con la intención de asesinarla, pero Luisa esquivaba los disparos que provocaban nuevos agujeros en las paredes y que, evidentemente, alertaron a los moradores de la casa.

—¿¡Que sucede!? —gritó Ezequiel alarmado— ¡Voy para allá!

—¡NO! —gritó Vanessa aterrada e intentó escapar de la habitación. La Abuela le disparó asesinándola con los perdigones de la escopeta incrustándose en su espalda. El cuerpo muerto de la joven negra se estrelló sobre el suelo. Luisa aprovechó la distracción de la Abuela y propinó una patada a la escopeta, y luego otra patada a la anciana. La silla de ruedas retrocedió por efecto del impacto y se salió por la puerta hasta el pasillo, cayendo por las escaleras. La anciana profirió desgarradores alaridos conforme se golpeaba por las escaleras, rompiéndose el cuello.

Luisa tomó la escopeta; Vanessa yacía muerta en el suelo, desangrándose, mientras Jonathan se retorcía en el suelo. Al lugar entró Tadeo mostrando el golpe en el rostro que le propinó Luisa momentos antes. Esta lo recibió con un disparo en el abdomen. El monstruo, sin embargo, resistió el impacto y continuó abalanzándose contra ella. La escopeta se quedó sin municiones así que Luisa optó por usar la culata como arma y la hundió en el cráneo del gigante, matándolo de inmediato. Justo entonces entró al lugar la joven enloquecida gateando como un animal, y a su lado estaba Charles Lamarche, con algunas quemaduras leves en su cuerpo. Poco después entraron Ludicrus y Ezequiel, todos armados.

—Bien hecho, Mascota —dijo Charles acariciándole el cabello a la joven loca— gracias por liberarme.

—Tú tienes la culpa —recriminó Ludicrus a su hija Ángel con un sonoro bofetón en el rostro— por tu incompetencia murieron Tadeo y la Abuela.

—No papi... —se defendió ella— hice lo que pude...

—Tu castigo será ejemplar, estúpida zorra —advirtió Ludicrus y Ángel se estremeció de terror.

—Pero el tuyo lo será aún más, Luisa —adujo Charles a una Luisa esposada con las manos hacia atrás y sentada sobre una silla de madera en una especie de capilla satánica en el ático. La capilla estaba repleta de restos óseos de previas víctimas de los Lamarche. —Cuando hayamos terminado contigo desearás nunca haber nacido... Déjenme solo con ella unos momentos —solicitó Charles a sus familiares— luego podrán tener ustedes su diversión.

—Bien, vámonos –ordenó Ludicrus y Ezequiel— comencemos el castigo de tu hermana.

—Me has obligado a volverme particularmente creativo con las torturas... —dijo Charles una vez solo con Luisa, extrayendo desde una caja de herramientas un taladro eléctrico que accionó de inmediato— abre la boca, es hora de una revisión dental...

Luisa, sin embargo, se dislocó el dedo pulgar derecho y fue capaz de soltar la mano correspondiente de la esposa. Cuando Charles se acercó lo suficiente para introducir el taladro en su boca, Luisa colocó súbitamente sus manos sobre el rostro de Charles y le incrustó las uñas desde la parte superior de los ojos hasta las mejillas cegándolo. Charles gritó del dolor y la patada que le propinó Luisa en la entrepierna contribuyó a que su atacante cayera al suelo y soltara el taladro.

—¡Te voy a matar hijo de perra! —anunció Luisa a un Charles cegado por las heridas en el rostro y el dolor. Luisa tomó el taladro con la intención de introducírselo en el corazón, pero Charles se movió súbitamente y Luisa sólo fue capaz de incrustárselo en el hombro izquierdo. Charles se alejó de Luisa, aún con la herida en el cuerpo y entreabriendo los ojos lastimados, tomó un martillo de un extremo y se lanzó contra la muchacha, quien esquivó los golpes exitosamente, hasta que le propinó una patada a Charles Lamarche. Charles perdió el equilibrio y cayó por la ventana del ático, una buhardilla redonda que quebró con su cuerpo y por la cual se precipitó hasta el suelo, tres pisos más abajo.

Luisa tomó un cuchillo de entre los materiales de tortura que coleccionaba Charles y salió del ático. En uno de los pasillos de abajo observó a Jonathan sentado en un sillón, de espaldas y aparentemente inconsciente.

—¡Jonathan! —llamó acercándosele— ¡Jonathan! —sin embargo, Luisa se horrorizó cuando descubrió que Jonathan estaba muerto, y su cadáver estaba siendo consumido vorazmente por la joven loca que fungía como mascota de los Lamarche. La habían transformado en caníbal, seguramente dándole de comer carne humana gradualmente.

La mujer demente le gruñó a Luisa como un animal, con mirada desorbitada y la boca manchada de sangre y se lanzó contra Luisa. Luisa forcejó rápidamente con ella hasta clavarle el cuchillo en el cuello, y así asesinar a la infortunada mujer.

Luisa escuchaba los gemidos de Ángel siendo torturada por su padre y hermano, y decidió aprovechar la distracción.

—Tú sigue, voy a ver a Junior —dijo Ludicrus a su hijo, y éste continuó con el castigo infringido a su hermana. Luisa lo escuchó y se ocultó rápidamente en una oscura habitación cercana. La habitación tenía una cuna en el centro. Cuando escucharon los pasos de Ludicrus acercándose, se introdujo en el armario. Dentro había algunos viejos harapos y una docena de cráneos humanos.

—¿Cómo está mi bebé? —preguntó Ludicrus con aire paternal en la cuna. Sostenía una candela encendida en la mano. —¿Cómo se encuentra el pequeño heredero?

Se escucharon gritos y un forcejeo. Luego los alaridos de un hombre. A la habitación se adentró un Ezequiel mal herido, con un cuchillo clavado en su espalda. Colapsó muerto en el suelo...

—¿Qué hiciste, perra? —preguntó Ludicrus enojado a su hija. Ángel se adentró en la habitación con cicatrices frescas de quemaduras en su rostro y su cuerpo.

—Maté al bastardo —admitió— dijo que iba a lastimar al Bebé... a mí Bebé...

—¿Tu bebé? ¡Es mío! —dijo Ludicrus.

—¿Tuyo, Papi? Pero si yo soy la madre. Y no sabemos quien es el padre. Puede que seas tú, o Ezequiel, o Tadeo o hasta Charles.

—No importa, hija mía. Es un Lamarche. Un verdadero Lamarche. Éste bebé será el orgullo de nuestra familia...

Luisa comenzó a temblar convulsivamente hasta chocar sobre lo que parecía un saco de ropa sucia. El saco se desplomó dentro del armario mostrando su verdadero contenido; los restos carcomidos por hormigas de Ronald.

Ante esto, Luisa salió apresuradamente del armario gritando histéricamente, y olvidándose del peligro que se cernía afuera.

Ludicrus se lanzó al cuerpo de Ezequiel para extraerle el cuchillo y usarlo como arma. Luisa aún tenía el cuchillo en su mano así que se lo lanzó clavándoselo en el pecho. Ludicrus cayó al suelo soltando la candela, la cual llegó hasta una de las sucias cortinas y provocó un incendio. Las voraces llamas pronto consumieron toda la pared y quebraron el vidrio.

—¡NO! —gritó Ángel— ¡el bebé! —dijo llevándose el infante cubierto por cobijas y escapando de la habitación. El techo se desplomó justo después de que Luisa saliera pudiendo escuchar los gritos de Ludicrus quemándose vivo.

Luisa salió de la vieja Casa Lamarche que era gradualmente consumida por el fuego. Afuera estaba Ángel abrazando a su bebé. Sobre el suelo estaba el cuerpo de Charles Lamarche que se había caído desde el tercer piso.

—Lindo bebé... —decía embobada— lindo bebé. ¿No es lindo mi bebé? —dijo Ángel descubriendo a un infante de unos dos años que colocó sobre el suelo. Luisa dispersó un alarido aterrorizada por la visión. El infante era un espantajo deforme, resultado de varias generaciones de uniones consanguíneas y de las macabras circunstancias que rodearon su concepción. La criatura parecía mostrar todas las enfermedades generadas por las relaciones incestuosas hasta transformarse en una repugnante mezcla de deformaciones congénitas.

La mente de Luisa, asolada por los traumáticos eventos, fue incapaz de resistir más y colapsó en un shock nervioso.

Luisa despertó en un hospital psiquiátrico, casi una semana después, y mientras salía del coma escuchó un diálogo cercano.

—¿Dónde me encuentro...? —preguntó Luisa. Un médico y un enfermero estaban a su lado.

—En una clínica psiquiátrica —respondió el médico. —Le hemos proporcionado apropiada atención médica. Unos turistas observaron el fuego lejano y alertaron a las autoridades las cuales encontraron la horrible pesadilla que usted debe haber vivido. Encontraron varios cuerpos calcinados entre los restos de la casa, así como las osamentas de decenas de víctimas con muchas décadas de antigüedad. Scotland Yard vendrá a entrevistarla pronto. Por ahora, tranquilícese, está usted segura.

—¿Qué pasó con la mujer y el bebé? ¿Con Ángel Lamarche?

—La joven identificada como Ángel Lamarche se encuentra recluida en el pabellón de enfermos mentales terminales, es decir, incurables. Pero no tenía ningún bebé cerca. Le proporcionamos una muñeca vieja a la que cuida como a su bebé.

—¿Y el bebé? ¡Era un monstruo! ¿Dónde está? ¡Deben darle muerte!

—No había ningún bebé.

Un macabro pensamiento cruzó por la mente de Luisa.

—¿Y Charles Lamarche? ¿Encontraron su cuerpo?

—¿Quién?

—¿No encontraron el cuerpo de un joven sobre el suelo cercano a la casa que se incendiaba?

—No.

—¡Entonces debe haber sobrevivido! ¡Eso fue lo que pasó! ¡Aunque cayó desde un tercer piso, sobrevivió y se llevó al bebé! ¡Hay que buscarlo! ¡Hay que detenerlo! ¡Por favor!

—Enfermero —dijo el psiquiatra— inyéctele un calmante, debe estar alucinando. Vamos a cuidar muy bien de esta muchacha…

—Sí —respondió el enfermero con una diabólica mirada— como usted ordene, Dr. Lamarche.

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