CAPÍTULO 1

Iván bajó la mirada de forma lenta y detalló los pies de Sibel en sus sandalias bajas, como cualquier colegiala, junto con un jean desgastado que arropaba sus piernas. Apenas tenía una blusa holgada, y se veía delgaducha con su vestimenta suelta.

Sin embargo, él sabía perfectamente sobre su contextura perfecta. Cuanto había en sus pechos, la delgadez de su cintura, y el tamaño de sus glúteos tonificados.

Se sabía de memoria sus tiempos y rutinas, los horarios de clase y cuál era su puesto preferido en el aula de la universidad, y como le costaba levantarse temprano todos los días para cumplir sus obligaciones.

Habían pasado años desde que había estudiado a esta chica de cerca, desde que su padre la presentó en la sociedad millonaria cuando apenas tenía quince años, y cuando, junto a su abuela, habían dado inicio a su venganza.

Sus ojos se detuvieron en los labios entre abiertos, y notó como su cuello palpitaba rápido. Podía oler su miedo desde su distancia, y él conocía perfectamente el aroma.

Un aroma que lo fascinaba en esencia.

Su belleza no lo perturbaba, la chica había tenido cambios significativos en los últimos cuatro años, y no pasaba en alto que llamaba la atención. Sin embargo, sus ojos tenían un estándar alto en cuanto a la belleza, porque podía conseguirla en solo un chasquido.

El estar frente a ella no se trataba de codicia, deseo, o un puto capricho de su miembro, el estar aquí era el resultado de un plan elaborado, cuadrado y sistemático, que no tenía retorno.

Sibel era el punto más débil de Armand MacMillan, y no había otra cosa que le doliera más que su corderita apreciada. Y por supuesto Iván sabía perfectamente los secretos más neurálgicos de esta familia, de principio a fin.

—No cariño… —el pensamiento y la dedicación que Iván le prestó por unos segundos, se dispersaron cuando Armand a su lado intervino, negando hacia su hija—. Yo… tu hermano se hará cargo ahora… no nos detengas…

Iván sonrió ante el comentario ingenuo y negó también, mostrándole el dedo índice a Sibel para llamar su atención, sin poder evitar hacer un chasquido con la lengua.

—No hay nadie que se haga cargo aquí, corderita… están en la miseria, literalmente…

Sibel miró a su padre y luego volvió los ojos a Iván.

—¿Qué quiere de nosotros? —La pregunta rápida de ella, lo hizo paralizarse. Quería tener un retrato de sus ojos angustiados, pero tuvo que observar también a Armand que destacaba una palidez mortecina.

Su abuela estaría disfrutando este momento como nunca, no obstante, tenía un sinfín de tiempo por delante para que se deleitara en el escenario.

—Ustedes todos… son la mierd@ para mí, sin ningún tipo de significancia… —Sibel cerró su boca ante la impresión de sus palabras, y luego vio cómo Iván miró a uno de sus guardias que se acercó más a su padre y le tomó del cuello.

—No… —ella corrió hacia su padre sin importar qué, cuando un hombre de negro lo estaba casi ahorcando con sus brazos—. ¡No!

Entonces, sin medir, se fue hacia ese hombre, y lo empujó para que reaccionara.

—Yo puedo darle lo que quiera… ¡Lo que quiera! —ella gritó desesperada, mientras Iván miró la tela de su camisa, donde Sibel había puesto las manos.

Levantó la mirada hacia ella sacudiéndose, e hizo un gesto asquiento.

—Podemos llegar a un acuerdo… y… no me toques…

—No… —Armand refutó entre su ahogamiento mientras el cuerpo de su hija titilaba, volviéndolo a intentar:

—Tenemos dinero… propiedades… acciones millonarias, señor… podemos…

—Sibel… —Armand llamó la atención de su hija esta vez y negó como si se rindiera, mientras ella trató de parpadear esperando que las lágrimas no se le escaparan. En su desesperó, apretó sus labios y se giró hacia su hermano que literalmente la miró a los ojos esta vez.

Erich se zafó de los brazos de uno de los hombres de negro, y aunque Sibel no supo de dónde, sacó una pistola y apuntó hacia el hombre misterioso. Pero esto solo le causó risa a Iván.

En un segundo, los hombres de seguridad de Vasíliev llenaron la sala, y sacaron sus armas como si estuvieran formando una guerra.

La madre de Sibel y sus hermanos, estaban siendo apuntados en la cabeza en menos de un segundo, y el aliento de su padre, que era sofocado, estaba llegando a su punto límite.

—¡Haré lo que sea…! ¡Lo que sea… lo prometo…! —Ella gesticuló con fuerza mientras Iván se giró hacia Armand, que estaba en el punto de la asfixia.

—Trae la hoja y una pluma… —él ordenó a uno de sus guardaespaldas, mientras los ojos de Armand se estaban desvaneciendo.

Los segundos fueron eternos, por primera vez en su vida Sibel pudo sentir cómo las gotas de sudor bajaban por su frente y espalda, y sus manos sudaban con extrañeza. Ella pudo notar como el hombre se tomaba su tiempo, recibió una hoja en una carpeta, y se sentó en el sofá, apagando el cigarrillo que poco usó, contra la mesa de madera pulida, sin usar un cenicero.

—Ok… procedo a leer… así que atenta… —Iván dijo recostándose a la silla, pero ella solo miró a su padre del que sabía, no aguantaría un segundo más.

Ella tomó la pluma de la mesa y se agitó diciendo.

—No hay tiempo… firmaré… haré lo que sea que tenga que hacer…

Iván la observó por un tiempo, y sin apartar los ojos de ella, le dio el giro a la hoja apuntando en el lugar donde debía estampar su firma.

Sibel no lo pensó un segundo, puso su firma en el papel y soltó la pluma para mirar a su padre.

—Suéltenlo… ¡Háganlo ya! —Iván asintió hacia el tipo rudo, y su padre cayó como un trapo en el suelo, tosiendo de forma desesperada.

Y cuando ella trató de llegar a su padre para consolarlo, de una sacudida fue quitada de su padre, impidiéndole que realizara cualquier acción.

—No Sibel… ¿Qué hiciste? —Armand trató de hablar mientras su hija se limpió las lágrimas.

Iván se levantó rápidamente de la silla y acomodó su chaqueta, y antes de que diera un paso, ordenó:

—Prepara las camionetas… vamos de salida.

Los hombres guardaron sus armas, comenzaron a salir del salón, dejando a todos boquiabiertos ante su retirada, pero lo último que pensaron es que uno de ellos, tomara a Sibel de los brazos, y la empujaran un poco para que saliera.

—¡Sibel! —su madre y su hermano gritaron, y Armand se puso de pie como pudo.

—¿Qué harán con ella? —Sibel estaba siendo arrastrada por los hombres, pero todos se detuvieron cuando Iván agregó.

—Mia… tu linda hija, ahora es mi propiedad… —el rostro de Armand se tornó gris, y negando, fue hacia los ojos de Sibel, que abría la boca con horror.

—¿Qué significa? —Iván no respondió a su pedido, y caminó ordenando que siguieran con el objetivo, y aunque Armand quería anteponerse, no tenía alguna opción en el momento.

—¡Iván! —él gritó—. No te atrevas a dañar a mi hija… lo juro… No te atrevas a tocarla.

Iván caminó sin detenerse ante sus palabras, mientras las lágrimas de Sibel bañaban sus labios.

Había un nudo muy grande en su garganta, pero debía esperar, aún no sabía qué significaba ser la propiedad de ese hombre, pero al menos su padre no estaba muerto.

Sabía que no podía luchar ahora, era como alzar la palma ante un sunami, y si ella ahora intentaba cualquier cosa con este hombre desconocido, solo iba a provocar una devastación a su paso.

No dejaron que su familia saliera, y prontamente la metieron en una de esas camionetas mientras ella abrazó su pequeño bolso con el que había ido a pasear con Aston. Notó como ese hombre dio indicaciones mirando en su dirección, entre tanto todos los hombres se desplegaban a su paso.

Limpió sus lágrimas conteniendo su miedo, pero nadie vino a sentarse a su lado, cuando las camionetas arrancaron sin ninguna palabra de donde irían.

Todo pasaba muy rápido por su cabeza. Quizás este hombre era alguien al que su padre le debía dinero, o quizás un hombre que quería su poder, ahora mismo sus pensamientos no eran cuerdos, ni mucho menos sensatos, pero lo único que esperaba, es que pudieran llegar a un acuerdo para ponerle fin a esta pesadilla.

Sibel notó como demoraron mucho tiempo en las carreteras, de hecho, estaban abandonando la ajetreada congestión de los Ángeles-California, para salir a las afueras, donde solían conocer las mansiones más millonarias del condado de Beverly Hills.

Y fue así cuando entraron a una especie de hacienda, que estaba repleta de seguridad.

Ella se recostó al asiento y contuvo el aliento cuando entraron en la gran construcción estilo mediterráneo, que tenía algunas características, que destacaban la arquitectura rusa.

Sibel esperó hasta que las camionetas se estacionaron, y una vez abrieron su puerta, ella bajó con lentitud.

La noche era demasiado oscura, pero la iluminación del patio delantero de la mansión, no dejaba oculto ni siquiera su miedo. Alzó el rostro para detallar los muros gruesos, y su agitación se entremezcló con inseguridad cuando vio al tipo de frente a ella.

—Yo… ¿Qué es lo que tengo que hacer? Lo que firmé…

—¿No es muy tarde para eso? —preguntó Iván apretando su cuello.

—¿Se trata de un matrimonio arreglado o algo así?

Iván rio con cinismo y algo de burla cuando la señaló.

—¿Qué? —se acercó un paso de forma amenazante, mientras Sibel retrocedió otro—. No vienes aquí de vacaciones, niña tonta… Tú… ni siquiera estás cerca… Sibel MacMillan… —la señaló deletreando su nombre, mientras toda la gracia desaparecía de su rostro pétreo—. Vas a ser mi esclava, y si quieres adórnalo en esa boca tuya, puedes llamarte desde hoy… mi sirvienta personal…

 Las palabras retumbaron en los oídos de Sibel, incluso ella pensó que esto era una jodida broma…

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