CAPÍTULO 37. Tenías razón

Aquellas perlas de sudor que se formaban en el vientre de Marianne eran, sin duda alguna, lo mejor que Gabriel Cross había probado en su vida. Escucharla gemir era increíble, pero oírla escalar un orgasmo, gritar y derretirse entre sus brazos ya era demasiado bueno.

Marianne se aferraba a la alfombra con dedos feroces, porque bastaba que él volviera a tocarla otra vez y ya su piel parecía que se estaba incendiando. Lo vio levantarse sobre las rodillas y lo miró con adoración, el sudor también corría por su cuerpo, cada músculo parecía que iba a estallarse y era una sensación demasiado agradable saber que era la causante de eso.

Gabriel apoyó una palma abierta sobre su vientre para controlarla mientras con la otra exploraba su sexo. Su dedo corazón entró despacio, mientras le acariciaba el clítoris con el pulgar, y sintió aquella tensión entre sus manos.

—Eres virgen… —murmuró pensativo y ella abrió mucho los ojos.

—Nooooo ¿tú crees? —replicó.

Gabriel soltó la primera risa de la noche
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