Los meses pasaron y mi vientre creció de una manera muy exagerada, mi suegra bromeaba con que tal vez eran dos, pero yo sabía que solo era uno; podía sentirlo, mi instinto de madre me decía que era un bebé.
— ¿Cómo le pondremos? — le pregunté a Samuel esa mañana mientras desayunábamos en el jardín.
— No lo sé, yo aceptaré el nombre que más te guste — me respondió.
Hice un puchero, amaba a Samuel, pero esas respuestas me molestaban muchísimo.
— Solo propón un nombre, quiero llamarle de alguna manera — le pedí.
Samuel asintió con la cabeza.
— Si es niña, Luisana y si es niño, Samuel — me dijo.
Lo miré molesta.
— Mejor yo me encargo de los nombres — le dije ya resignada.
Samuel sonrió sobre su taza de café y asintió con la cabeza.
— ¡Eres horrible! — le dije molesta.
— Lo siento, pero soy malo para eso. Yo estaré bien con cualquier nombre que le pongas — me dijo.
Asentí con la cabeza, resignada. Con Samuel, hablar de estas cosas era una pérdida de tiempo.
— Amor, hoy vendré más tarde, te